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http://www.elcorreodigital.com/vizc...a_viz/llego-gracias-ayuda-madre_20070501.html
«Llego a fin de mes gracias a la ayuda de mi madre»
Javier, separado y con una hija de 5 años, proyecta casarse este verano con Sonia, su novia, y rehacer una vida marcada a fuego por el divorcio
JULIÁN MÉNDEZ/BILBAO
FAMILIA RECONSTITUIDA. Javier y Sonia se casarán este verano; por discreción prefieren no dar más datos sobre su identidad. / EL CORREO
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«Durante un tiempo anduvo a la deriva, encenagado en el tedio y hundido en el desánimo, y así hubiera seguido de no ser porque un día, de pronto, un nuevo proyecto, el más tentador y hacedero que había tenido nunca, vino a rescatarlo de aquella postración». El escritor Luis Landero anota este párrafo demoledor y esperanzado en 'Hoy, Júpiter', su última novela. La frase es de exacta aplicación a Javier, un donostiarra separado que trabaja en Bilbao, y que, junto a su hija Idoia y a su novia Sonia, conforman lo que los sociólogos llaman familia reconstituida y la gente de la calle, familiastra. Una familiastra es una familia en que uno de sus miembros (o los dos) son separados o divorciados. Viven juntos o se casan de nuevo y aportan al nuevo hogar los hijos provenientes de antiguas relaciones. Es un modelo de familia cada vez más numeroso y está en alza dado el ritmo creciente de divorcios en nuestro país.
Pero que sea un nuevo modelo de organización no quiere decir que sus integrantes partan de cero. Más bien al contrario. Javier, empleado de una multinacional, es un ejemplo patente. Antes de hablar del futuro, de la nueva vida a la que se enfrenta con renovadas ansias, se siente en la obligación de poner en antecedentes al reportero, de ilustrarle e instruirle en las miserias y mezquindades que suelen acompañar a las rupturas matrimoniales. «En junio de 2005 viví un proceso de separación natural por fin del amor en ambos», recita como sopesando la importancia de cada palabra. «Pero si la separación fue algo acordado, la custodia de nuestra hija, el reparto de los bienes y la pensión se ventilaron en los tribunales ante la negativa de mi ex mujer de llegar a un acuerdo amistoso. Sabía que, con la actual ley, tenía las de ganar... Así que aquí me tiene: gano 2.200 euros mensuales, malvivo en un piso de alquiler y no llego a fin de mes. Con 44 años me tiene que ayudar mi madre. Mi ex mujer, que gana lo mismo que yo, se ha quedado con el piso y, encima, tengo que pasarle una pensión abusiva».
Los nuevos indigentes
Javier se hunde en el sillón del hotel donde tiene lugar la conversación. Trasluce un aire desamparado cuando revisita el pasado. Quieras que no, el hecho de haber conocido a Sonia (que es educadora infantil de San Sebastián y con la que se casará este verano) y el volver a vivir en pareja le han animado un tanto el espíritu. Pero su cabeza bulle, alimentada, día a día, por la injusticia. La suya es una historia de desamparo, tristemente común entre separados y divorciados varones. Los daños emocionales son tremendos y causan heridas que, posiblemente, seguirán frescas de por vida, asegura Javier. Pero los inconvenientes económicos son, directamente, para horrorizar al más templado. «Una separación siempre tiene un punto de amargor y, con niños de por medio, se produce un gran desgarro emocional. Es curioso -reflexiona Javier en alta voz-, a una generación de hombres como la mía, educados en la igualdad y en el respeto, deseosos de compartir la crianza de los hijos, nos toca lidiar con la terrible injusticia de una ley que no nos permite ejercer ese compromiso con la igualdad. En España, en el 95% de los casos, los niños, la casa y la pensión son para la madre. En un proceso de separación, el hombre pasa a ser un indigente. Conozco separados que viven en cámpings o en pisos de estudiantes a donde deben acudir sus hijos los días de visita. Se han quedado sin casa, sin dinero y, si se descuidan, hasta sin hijos», clama.
Igualdad de padre
Este hombre, amante de la familia y de la montaña, muy delgado (imagina uno que a cuenta de tanto disgusto) y vivaz, revive el día de julio de hace un par de años en que fue «expulsado» de su casa «por orden de un juez». «Me acogió mi madre durante un mes. Luego alquilé un piso para que mi hija y yo tuviéramos un espacio propio. Desde aquel día vivo una terrible paradoja. Gano bien, pero el día 5 de cada mes ya he gastado todo mi sueldo. Sume: 500 euros de una pensión desorbitada, porque recuerde que mi ex gana lo mismo que yo, otros 450 euros de alquiler y, además, 300 euros del préstamo de la vivienda donde ya no vivo... Vuelves a tener 22 años, pasas de tener una casa buena a vivir en un cuchitril. Y oyes decir a tu hija cosas como 'esta tele es más pequeña que la de amá' o 'me gusta más su casa (que es la mía) que ésta'. A mí no me alcanza ni para comprarle ropa, porque si lo hago no llego al fin de semana...», se duele.
Recuerda Javier que en aquellos meses terribles centró su combate en los tribunales en «ser un padre en igualdad de condiciones». «Logré una sentencia con fines de semana amplios, desde el jueves... para mantener la relación con mi hija. Y ahí entra otra cuestión. ¿Qué tremendo tener que oír que voy a 'visitar' a mi hija! ¿Nooo! Yo convivo con mi hija lo que me dejan. Yo no la visito, yo convivo», se enfada. «Mire, lo peor es que todos estos asuntos van a ir a más, porque cada vez habrá más divorcios, y la ley no está acorde con los tiempos. A los hombres se les castiga quitándoles el tiempo de estancia con sus hijos y el dinero. Es muy cruel que no puedas ver a tu hija porque los jueces lo han decidido así», truena. «Que miren aquí al lado, a Francia... Allí, de entrada, se liquidan los bienes comunes y se establece una custodia compartida. Que aprendan... Nosotros éramos una pareja normal. Pero a malas sale el monstruo que algunas personas llevan dentro. Mi ex mujer no tuvo piedad. A ella le da absolutamente igual en qué condiciones haya quedado yo, que mi hija no esté a gusto en mi piso de alquiler. No se conmueve».
Bien. Javier tenía que quitarse de encima toda la rabia contenida para poder hablar, por fin, de amor. «Es que se te agarrotan los sentidos», se excusa. «Cuando vuelves a sentir que quieres, casi no te lo crees. En ese trance descubres quiénes merecen la pena: la familia, algunos amigos que te hacen una llamadita en momentos clave... Ves qué personas se interesan realmente por ti. Es un proceso que tienes que llevar tú solo, digerir la separación y la ruina. En mi caso me hice el Camino de Santiago, para no pensar. Me hizo mucho bien. Y también me vino de cine trabajar mucho. No dije nada a mis compañeros y en el trabajo era un tipo normal... Y, al cabo de unos meses, me subí a una montaña rusa emocional...», sonríe.
De la amargura de la separación, pasó al «subidón» de un enamoramiento. Coincidió con Sonia esquiando. «Ya digo, al principio no me lo creía. ¿Me gusta? ¿Le gusto? ¿Le caigo bien? ¿Y si esto va en serio? Fue emocionante. Además, es una suerte que ella trabaje con críos, se lleva estupendamente con mi hija».
La opinión de Sonia
Es el momento de escuchar a Sonia. «Nos conocimos en el escenario ideal, entre amigos comunes y compartiendo aficiones comunes. Recuerdo que hubo muy buena sintonía entre nosotros. Nos quedó un buen sabor de boca y fuimos coincidiendo más a menudo... Él es amigo de una buena amiga mía, lo cual da ya cierta garantía como persona. Lo que cuenta es la persona y si tú encajas o no con ella», explica.
-¿Cree que Javier era libre para amar?
-Sí, sí, claro. Él tuvo una relación que, por lo que sea, se terminó, no sin causar un sufrimiento y no pocos quebraderos de cabeza. Y yo valoro y admiro ese tipo de decisiones, muy meditadas. Hace falta mucho valor y ser muy auténtico para ser sincero contigo mismo, con la otra persona y asumir las consecuencias. Creo que su experiencia supone crecimiento y aprendizaje. Eso hace también que nuestra relación fluya tan bien.
Sonia se muestra esperanzada. A ese estado ayuda la excelente relación que mantiene con la hija de Javier «la novia de papá», como la llama la pequeña. «Creo que ha ayudado que la niña tuviera pocos años cuando la conocí y mi propio punto de partida: yo quiero a Javier y todo lo que conlleva. Tengo muy presente querer asegurar el bienestar afectivo y psicológico de la niña. Lo pongo al mismo nivel de objetivo, si no más alto, que querernos y funcionar como pareja. Nosotros siempre hemos ido poco a poco... pero ahora es ella la que nos pregunta con insistencia que a ver cuándo nos vamos a casar».
-¿Tiene alguna opinión sobre el proceso de separación que ha vivido Javier?
-Lo ideal es llegar a un acuerdo equitativo y justo entre los miembros de la pareja, en cuanto a bienes y custodia de hijos. Pero, si eso no es posible, lo tiene que decidir la ley y hoy por hoy me parece que la legislación es injusta. Debería ser más personalizada, según cada caso, y más justa. Casi siempre, el hombre sale perdiéndolo todo...
Bueeeno, pero la vida suele abrir nuevas puertas cuando se cierran otras, como gateras para supervivientes.
j.mendez@diario-elcorreo.com
«Llego a fin de mes gracias a la ayuda de mi madre»
Javier, separado y con una hija de 5 años, proyecta casarse este verano con Sonia, su novia, y rehacer una vida marcada a fuego por el divorcio
JULIÁN MÉNDEZ/BILBAO
FAMILIA RECONSTITUIDA. Javier y Sonia se casarán este verano; por discreción prefieren no dar más datos sobre su identidad. / EL CORREO
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«Durante un tiempo anduvo a la deriva, encenagado en el tedio y hundido en el desánimo, y así hubiera seguido de no ser porque un día, de pronto, un nuevo proyecto, el más tentador y hacedero que había tenido nunca, vino a rescatarlo de aquella postración». El escritor Luis Landero anota este párrafo demoledor y esperanzado en 'Hoy, Júpiter', su última novela. La frase es de exacta aplicación a Javier, un donostiarra separado que trabaja en Bilbao, y que, junto a su hija Idoia y a su novia Sonia, conforman lo que los sociólogos llaman familia reconstituida y la gente de la calle, familiastra. Una familiastra es una familia en que uno de sus miembros (o los dos) son separados o divorciados. Viven juntos o se casan de nuevo y aportan al nuevo hogar los hijos provenientes de antiguas relaciones. Es un modelo de familia cada vez más numeroso y está en alza dado el ritmo creciente de divorcios en nuestro país.
Pero que sea un nuevo modelo de organización no quiere decir que sus integrantes partan de cero. Más bien al contrario. Javier, empleado de una multinacional, es un ejemplo patente. Antes de hablar del futuro, de la nueva vida a la que se enfrenta con renovadas ansias, se siente en la obligación de poner en antecedentes al reportero, de ilustrarle e instruirle en las miserias y mezquindades que suelen acompañar a las rupturas matrimoniales. «En junio de 2005 viví un proceso de separación natural por fin del amor en ambos», recita como sopesando la importancia de cada palabra. «Pero si la separación fue algo acordado, la custodia de nuestra hija, el reparto de los bienes y la pensión se ventilaron en los tribunales ante la negativa de mi ex mujer de llegar a un acuerdo amistoso. Sabía que, con la actual ley, tenía las de ganar... Así que aquí me tiene: gano 2.200 euros mensuales, malvivo en un piso de alquiler y no llego a fin de mes. Con 44 años me tiene que ayudar mi madre. Mi ex mujer, que gana lo mismo que yo, se ha quedado con el piso y, encima, tengo que pasarle una pensión abusiva».
Los nuevos indigentes
Javier se hunde en el sillón del hotel donde tiene lugar la conversación. Trasluce un aire desamparado cuando revisita el pasado. Quieras que no, el hecho de haber conocido a Sonia (que es educadora infantil de San Sebastián y con la que se casará este verano) y el volver a vivir en pareja le han animado un tanto el espíritu. Pero su cabeza bulle, alimentada, día a día, por la injusticia. La suya es una historia de desamparo, tristemente común entre separados y divorciados varones. Los daños emocionales son tremendos y causan heridas que, posiblemente, seguirán frescas de por vida, asegura Javier. Pero los inconvenientes económicos son, directamente, para horrorizar al más templado. «Una separación siempre tiene un punto de amargor y, con niños de por medio, se produce un gran desgarro emocional. Es curioso -reflexiona Javier en alta voz-, a una generación de hombres como la mía, educados en la igualdad y en el respeto, deseosos de compartir la crianza de los hijos, nos toca lidiar con la terrible injusticia de una ley que no nos permite ejercer ese compromiso con la igualdad. En España, en el 95% de los casos, los niños, la casa y la pensión son para la madre. En un proceso de separación, el hombre pasa a ser un indigente. Conozco separados que viven en cámpings o en pisos de estudiantes a donde deben acudir sus hijos los días de visita. Se han quedado sin casa, sin dinero y, si se descuidan, hasta sin hijos», clama.
Igualdad de padre
Este hombre, amante de la familia y de la montaña, muy delgado (imagina uno que a cuenta de tanto disgusto) y vivaz, revive el día de julio de hace un par de años en que fue «expulsado» de su casa «por orden de un juez». «Me acogió mi madre durante un mes. Luego alquilé un piso para que mi hija y yo tuviéramos un espacio propio. Desde aquel día vivo una terrible paradoja. Gano bien, pero el día 5 de cada mes ya he gastado todo mi sueldo. Sume: 500 euros de una pensión desorbitada, porque recuerde que mi ex gana lo mismo que yo, otros 450 euros de alquiler y, además, 300 euros del préstamo de la vivienda donde ya no vivo... Vuelves a tener 22 años, pasas de tener una casa buena a vivir en un cuchitril. Y oyes decir a tu hija cosas como 'esta tele es más pequeña que la de amá' o 'me gusta más su casa (que es la mía) que ésta'. A mí no me alcanza ni para comprarle ropa, porque si lo hago no llego al fin de semana...», se duele.
Recuerda Javier que en aquellos meses terribles centró su combate en los tribunales en «ser un padre en igualdad de condiciones». «Logré una sentencia con fines de semana amplios, desde el jueves... para mantener la relación con mi hija. Y ahí entra otra cuestión. ¿Qué tremendo tener que oír que voy a 'visitar' a mi hija! ¿Nooo! Yo convivo con mi hija lo que me dejan. Yo no la visito, yo convivo», se enfada. «Mire, lo peor es que todos estos asuntos van a ir a más, porque cada vez habrá más divorcios, y la ley no está acorde con los tiempos. A los hombres se les castiga quitándoles el tiempo de estancia con sus hijos y el dinero. Es muy cruel que no puedas ver a tu hija porque los jueces lo han decidido así», truena. «Que miren aquí al lado, a Francia... Allí, de entrada, se liquidan los bienes comunes y se establece una custodia compartida. Que aprendan... Nosotros éramos una pareja normal. Pero a malas sale el monstruo que algunas personas llevan dentro. Mi ex mujer no tuvo piedad. A ella le da absolutamente igual en qué condiciones haya quedado yo, que mi hija no esté a gusto en mi piso de alquiler. No se conmueve».
Bien. Javier tenía que quitarse de encima toda la rabia contenida para poder hablar, por fin, de amor. «Es que se te agarrotan los sentidos», se excusa. «Cuando vuelves a sentir que quieres, casi no te lo crees. En ese trance descubres quiénes merecen la pena: la familia, algunos amigos que te hacen una llamadita en momentos clave... Ves qué personas se interesan realmente por ti. Es un proceso que tienes que llevar tú solo, digerir la separación y la ruina. En mi caso me hice el Camino de Santiago, para no pensar. Me hizo mucho bien. Y también me vino de cine trabajar mucho. No dije nada a mis compañeros y en el trabajo era un tipo normal... Y, al cabo de unos meses, me subí a una montaña rusa emocional...», sonríe.
De la amargura de la separación, pasó al «subidón» de un enamoramiento. Coincidió con Sonia esquiando. «Ya digo, al principio no me lo creía. ¿Me gusta? ¿Le gusto? ¿Le caigo bien? ¿Y si esto va en serio? Fue emocionante. Además, es una suerte que ella trabaje con críos, se lleva estupendamente con mi hija».
La opinión de Sonia
Es el momento de escuchar a Sonia. «Nos conocimos en el escenario ideal, entre amigos comunes y compartiendo aficiones comunes. Recuerdo que hubo muy buena sintonía entre nosotros. Nos quedó un buen sabor de boca y fuimos coincidiendo más a menudo... Él es amigo de una buena amiga mía, lo cual da ya cierta garantía como persona. Lo que cuenta es la persona y si tú encajas o no con ella», explica.
-¿Cree que Javier era libre para amar?
-Sí, sí, claro. Él tuvo una relación que, por lo que sea, se terminó, no sin causar un sufrimiento y no pocos quebraderos de cabeza. Y yo valoro y admiro ese tipo de decisiones, muy meditadas. Hace falta mucho valor y ser muy auténtico para ser sincero contigo mismo, con la otra persona y asumir las consecuencias. Creo que su experiencia supone crecimiento y aprendizaje. Eso hace también que nuestra relación fluya tan bien.
Sonia se muestra esperanzada. A ese estado ayuda la excelente relación que mantiene con la hija de Javier «la novia de papá», como la llama la pequeña. «Creo que ha ayudado que la niña tuviera pocos años cuando la conocí y mi propio punto de partida: yo quiero a Javier y todo lo que conlleva. Tengo muy presente querer asegurar el bienestar afectivo y psicológico de la niña. Lo pongo al mismo nivel de objetivo, si no más alto, que querernos y funcionar como pareja. Nosotros siempre hemos ido poco a poco... pero ahora es ella la que nos pregunta con insistencia que a ver cuándo nos vamos a casar».
-¿Tiene alguna opinión sobre el proceso de separación que ha vivido Javier?
-Lo ideal es llegar a un acuerdo equitativo y justo entre los miembros de la pareja, en cuanto a bienes y custodia de hijos. Pero, si eso no es posible, lo tiene que decidir la ley y hoy por hoy me parece que la legislación es injusta. Debería ser más personalizada, según cada caso, y más justa. Casi siempre, el hombre sale perdiéndolo todo...
Bueeeno, pero la vida suele abrir nuevas puertas cuando se cierran otras, como gateras para supervivientes.
j.mendez@diario-elcorreo.com