Miss Marple
Más allá de la burbuja
La abundancia de hilos sobre emigración (a favor y en contra) me mueve a echar mi cuarto a espadas. Esta es mi historia de emigración (advertencia: tochaco, produce somnolencia, no conducir o manejar maquinaria pesada tras leerlo).
Yo fui a Londres a la aventura hace muchos años, para mejorar el inglés. Con carrera y master recién terminados me encontré con más paro aún que ahora (1993). Por supuesto, como todos, pensaba en volver.
Tuve cutre jobs, y compartí habitación. Hice un esfuerzo consciente por apartarme de españoles, hablar con ingleses, leer mucho y ver la bbc. En 10 meses me saqué el proficiency y volví a España a hacer el doctorado. 3 meses después encontré trabajo en Madrid, gracias al buen nivel de inglés recien adquirido. Era un buen trabajo, aunque siendo España la paga era baja y siempre con el inevitable componenente de pringar como un novato en la mili y tener que hacer méritos continuos porque "si no te gusta en la calle hay 1000 que se matan por entrar en tu lugar" (lo cual era cierto).
No me adapté a las condiciones (ni del trabajo ni del país). No había contado con que la estancia fuera y el contacto con gente de todo el mundo hicieran que Madrid me pareciera un pueblo; además, dejé una novia en Londres, y las españolas me daban ganas de correr (desde el momento en que abrían la boca y hablaban un minuto, ya sabía todo lo que iban a decir; todo). Tenía más dinero que antes, pero me lo gastaba en ir a Londres a ver a novia y amigos. Tras 1 año de curro me quedé en paro. Acabé el Segundo curso de doctorado y me volví a ir (pensando en hacer la tesis desde UK, cosa que al final no sucedió, claro). Tras un par de meses en un cutrejob a tiempo parcial, mientras buscaba "de lo mío", encontré un trabajo donde me pagaban 4 veces lo que en Madrid.
Esa segunda vez pensé que no volvería hasta que pudiera hacerlo con un trabajo de jefe, no de pringao. La vuelta a España había sido una decepción, pero la familia y amigos aún tiraban mucho. Pero en sucesivos viajes de vacaciones descubrí que el país me rechinaba cada vez más. Me repelían cosas que antes aceptaba como normales, desde la agresividad en el tráfico y el saltarse colas, el papanatismo de los rótulos comerciales en inglés, los intermedios comerciales de 15 minutos en la tv pública, el precio de los libros y muchos otros mercados intervenidos, hasta el hooliganismo partitocrático, el culto de la subvención y el soborno de capas sociales enteras. Lo que peor llevaba era ver que mis amigos y familia aceptaban todo esto con naturalidad, y me daba pavor la idea de que si volviera, en seis meses probablemente yo también me acostumbraría otra vez a todo eso. También comprendí que un trabajo de jefe no dependía de la experiencia o capacidad, sino de a quien conocieras, y mis contactos se fueron perdiendo sin que hiciera mucho por mantenerlos. Cuando tuve hijos pensé en volver un tiempo, para reforzar su parte española con unos años de educación hispana; pero se me fueron quitando las ganas.
Esta es la historia de muchos emigrantes. Como inmigrante no perteneces a la sociedad en la que te integras, y eres conscientes de sus fallos y carencias; pero a la larga empiezas a admirar ciertos aspectos de ella (mientra eres capaz de advertir y deplorar aún las carencias, que sin embargo te duelen menos, al no percibirlas como tuyas). Por otra parte los fallos de tu sociedad, que no veías del todo cuando estabas en ella, aparecen clarísimos con la distancia; y esos sí duelen. A la larga llegas a una elección consciente, adoptando voluntariamente el país de adopción y rechazando el de origen, a pesar del desarraigo de saber que nunca pertenecerás del todo a ninguno de los dos (obviamente hay sociedades acogedoras que te hacen estar cómodo, y yo no viviría en otra ciudad ni aunque me tocase el euromillones; pero a pesar del pasaporte nunca dejaré de ser español, o seré ingles).
Hay quien dice que emigrar es desertar, una opción de cobardes que no se atreven a luchar por cambiar lo que falla en su país. Yo creo que nuestra primera responsabilidad es con nosotros mismos y nuestros seres queridos. A España no hay quien la cambie porque no es una cuestión de una castuza, como dicen algunos, sino de amplias capas de la sociedad que colaboran en estafarse unos a otros, y capas aún más amplias que lo apoyan por convencimiento ideológico/lavado mental. España es un desastre democrático, porque una gran mayoría de los españoles lo han elegido así. La rápida decadencia y suicidio del 15M demostró que hasta los que se quejan no lo hacen porque les parezca que el sistema basado en vivir del cuento está mal, sino porque se sienten excluídos del reparto del pastel.
Si cambiar el país es imposible, las opciones para emigrar son escasas. Esta crisis deja pocos países indemnes, y un emigrante recién llegado lo tiene muy duro para competir con parados locales. Hoy Londres está petado de españoles trabajando de camareros o limpiadores; a veces te encuentras alguno trabajando en una óptica o un estate agent, pero la gran mayoría no pasan del escalón más bajo. Hay que elegir países donde la economía tenga perspectivas decentes; hay que ir preparado, o tener un colchón muy serio si hace falta aprender el idioma allí. Y no hay garantías de éxito; hay que saber cuando abandonar y volver a casa, y tener medios para hacerlo.
Si yo estuviera hoy en la misma situación que en 1993, me iría a la aventura para aprender idiomas y ver mundo, por mi propio enriquecimiento personal, pero sabiendo que no voy a triunfar (a no ser que tuviera mucha suerte). A la vuelta probablemente me hiciera casapapi: quizá me convertiese en un Ignatius Reilly o un Allseeingeye, y esperase a que pasase la vida (más cómodo de casapapi, si me fuera possible, que de esclavo seiscientoseurista; y al menos estaría cerca de los míos) mirando el fin de una era histórica desplegarse ante mis ojos, o hiciera la revolución en internet mientras me preparaba para la guerra que viene, o me buscase algún "hobby" u objetivo personal que me ayudase a ser feliz. No lo sé.
Disculpas por meter este tocho y llegar a tan pobre conclusion. No hay milagros ahí afuera, ni posibilidades reales de cambiar nada ahí dentro. No tengo consejos para nadie.
Yo fui a Londres a la aventura hace muchos años, para mejorar el inglés. Con carrera y master recién terminados me encontré con más paro aún que ahora (1993). Por supuesto, como todos, pensaba en volver.
Tuve cutre jobs, y compartí habitación. Hice un esfuerzo consciente por apartarme de españoles, hablar con ingleses, leer mucho y ver la bbc. En 10 meses me saqué el proficiency y volví a España a hacer el doctorado. 3 meses después encontré trabajo en Madrid, gracias al buen nivel de inglés recien adquirido. Era un buen trabajo, aunque siendo España la paga era baja y siempre con el inevitable componenente de pringar como un novato en la mili y tener que hacer méritos continuos porque "si no te gusta en la calle hay 1000 que se matan por entrar en tu lugar" (lo cual era cierto).
No me adapté a las condiciones (ni del trabajo ni del país). No había contado con que la estancia fuera y el contacto con gente de todo el mundo hicieran que Madrid me pareciera un pueblo; además, dejé una novia en Londres, y las españolas me daban ganas de correr (desde el momento en que abrían la boca y hablaban un minuto, ya sabía todo lo que iban a decir; todo). Tenía más dinero que antes, pero me lo gastaba en ir a Londres a ver a novia y amigos. Tras 1 año de curro me quedé en paro. Acabé el Segundo curso de doctorado y me volví a ir (pensando en hacer la tesis desde UK, cosa que al final no sucedió, claro). Tras un par de meses en un cutrejob a tiempo parcial, mientras buscaba "de lo mío", encontré un trabajo donde me pagaban 4 veces lo que en Madrid.
Esa segunda vez pensé que no volvería hasta que pudiera hacerlo con un trabajo de jefe, no de pringao. La vuelta a España había sido una decepción, pero la familia y amigos aún tiraban mucho. Pero en sucesivos viajes de vacaciones descubrí que el país me rechinaba cada vez más. Me repelían cosas que antes aceptaba como normales, desde la agresividad en el tráfico y el saltarse colas, el papanatismo de los rótulos comerciales en inglés, los intermedios comerciales de 15 minutos en la tv pública, el precio de los libros y muchos otros mercados intervenidos, hasta el hooliganismo partitocrático, el culto de la subvención y el soborno de capas sociales enteras. Lo que peor llevaba era ver que mis amigos y familia aceptaban todo esto con naturalidad, y me daba pavor la idea de que si volviera, en seis meses probablemente yo también me acostumbraría otra vez a todo eso. También comprendí que un trabajo de jefe no dependía de la experiencia o capacidad, sino de a quien conocieras, y mis contactos se fueron perdiendo sin que hiciera mucho por mantenerlos. Cuando tuve hijos pensé en volver un tiempo, para reforzar su parte española con unos años de educación hispana; pero se me fueron quitando las ganas.
Esta es la historia de muchos emigrantes. Como inmigrante no perteneces a la sociedad en la que te integras, y eres conscientes de sus fallos y carencias; pero a la larga empiezas a admirar ciertos aspectos de ella (mientra eres capaz de advertir y deplorar aún las carencias, que sin embargo te duelen menos, al no percibirlas como tuyas). Por otra parte los fallos de tu sociedad, que no veías del todo cuando estabas en ella, aparecen clarísimos con la distancia; y esos sí duelen. A la larga llegas a una elección consciente, adoptando voluntariamente el país de adopción y rechazando el de origen, a pesar del desarraigo de saber que nunca pertenecerás del todo a ninguno de los dos (obviamente hay sociedades acogedoras que te hacen estar cómodo, y yo no viviría en otra ciudad ni aunque me tocase el euromillones; pero a pesar del pasaporte nunca dejaré de ser español, o seré ingles).
Hay quien dice que emigrar es desertar, una opción de cobardes que no se atreven a luchar por cambiar lo que falla en su país. Yo creo que nuestra primera responsabilidad es con nosotros mismos y nuestros seres queridos. A España no hay quien la cambie porque no es una cuestión de una castuza, como dicen algunos, sino de amplias capas de la sociedad que colaboran en estafarse unos a otros, y capas aún más amplias que lo apoyan por convencimiento ideológico/lavado mental. España es un desastre democrático, porque una gran mayoría de los españoles lo han elegido así. La rápida decadencia y suicidio del 15M demostró que hasta los que se quejan no lo hacen porque les parezca que el sistema basado en vivir del cuento está mal, sino porque se sienten excluídos del reparto del pastel.
Si cambiar el país es imposible, las opciones para emigrar son escasas. Esta crisis deja pocos países indemnes, y un emigrante recién llegado lo tiene muy duro para competir con parados locales. Hoy Londres está petado de españoles trabajando de camareros o limpiadores; a veces te encuentras alguno trabajando en una óptica o un estate agent, pero la gran mayoría no pasan del escalón más bajo. Hay que elegir países donde la economía tenga perspectivas decentes; hay que ir preparado, o tener un colchón muy serio si hace falta aprender el idioma allí. Y no hay garantías de éxito; hay que saber cuando abandonar y volver a casa, y tener medios para hacerlo.
Si yo estuviera hoy en la misma situación que en 1993, me iría a la aventura para aprender idiomas y ver mundo, por mi propio enriquecimiento personal, pero sabiendo que no voy a triunfar (a no ser que tuviera mucha suerte). A la vuelta probablemente me hiciera casapapi: quizá me convertiese en un Ignatius Reilly o un Allseeingeye, y esperase a que pasase la vida (más cómodo de casapapi, si me fuera possible, que de esclavo seiscientoseurista; y al menos estaría cerca de los míos) mirando el fin de una era histórica desplegarse ante mis ojos, o hiciera la revolución en internet mientras me preparaba para la guerra que viene, o me buscase algún "hobby" u objetivo personal que me ayudase a ser feliz. No lo sé.
Disculpas por meter este tocho y llegar a tan pobre conclusion. No hay milagros ahí afuera, ni posibilidades reales de cambiar nada ahí dentro. No tengo consejos para nadie.
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