Contra el mito: los miles de españoles que quisieron a Napoleón como Rey para «salvar a España»

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Marbella de tal y tal
Cuenta Luis del Pino en su reciente novela sobre Fernando VII, 'Yo, el difamado' (La Esfera de los Libros), que el retrato que ha llegado hasta nuestros días del Rey de España es demasiado cruel e injusto. Que el monarca no fue tan «menso, tramposo, fistro y retrógado» como se la ha pintado. Pero, sobre todo, que no fue el «traidor» que la mayoría de los historiadores creemos, a raíz de la firma del Tratado de Fontainebleau por parte de su ministro, Manuel Godoy, que condenó a su pueblo al peor de los destinos.

Con aquel acuerdo rubricado el 27 de octubre de 1807, Napoleón obtuvo el permiso de Fernando VII para atravesar España con más de 110.000 soldados. El objetivo oficial era conquistar Portugal, pero todo fue una farsa, porque los franceses comenzaron a conquistar todas las ciudades que encontraron a su paso por la Península Ibérica. Cuando el Rey regresó de Francia y entró en Madrid por la Puerta de Atocha el 24 de marzo de 1808, fue aclamado por su pueblo. «Parecía un día de junio en el que la naturaleza sonreía como la Nación», escribió Benito Pérez Galdós en sus 'Episodios Nacionales'.

Las calles se mantuvieron relativamente tranquilas en las semanas siguientes gracias a la presencia de los soldados galos, que paseaban a sus anchas por la capital sin que los madrileños se hubieran percatado del desdén con que trataban al mismo Rey Fernando . «Nos cuesta mucho trabajo creer que los propósitos de los franceses no fueran evidentes ante los ojos de nuestros conciudadanos. Los testigos de aquella situación nos hablan insistentemente del malestar creciente de la población madrileña.

El cambio introducido por Gonzalo Fernández de Córdoba en su Ejército le dio a España el poderío militar en el mundo y transformó la forma de combatir hasta la llegada de las armas de destrucción masiva en el siglo XX

No obstante, los madrileños no sabían qué hacer, porque los franceses tenían en la ciudad y sus alrededores a 25.000 hombres ocupando El Retiro y pertrechados con numerosa Artillería», explicaba el historiador José Manuel Guerrero, comandante del Ejército de Tierra, en su artículo 'El ejército francés en Madrid', que fue publicado en la 'Revista de Historia Militar' en 2004. Sin embargo, el 2 de mayo de 1808, Madrid saltó por los aires y dio comienzo la Guerra de Independencia.

«¡Armas!»

«No se oían más voces que '¡armas, armas, armas!'. Los que no vociferaban en las calles, vociferaban en los balcones. Y si un momento antes la mitad de los madrileños eran simplemente curiosos, después de la aparición de la artillería todos fueron actores», añadía Galdós. Es cierto que parte del pueblo español no tardó en levantarse, convencido de que debía echar al invasor. El Gobierno llamó a filas a sus ciudadanos y reunió a 30.000 hombres, la gran mayoría de ellos milicianos sin ninguna experiencia en combate. Pero no todos los españoles vieron con malos ojos la llegada de Napoleón ni sus conquistas. Muchos lo defendieron, pelearon junto a él y lo consideraron el «salvador» de una España que, según decían, estaba sumida en las sombras.

Los historiadores, sin embargo, pocas veces mencionan que, durante la Guerra de Independencia, existió una gran división entre los españoles. Lo cierto es que, más allá del mito, el pueblo no fue siempre una piña, ni los combates discurrieron igual en todas las regiones, ni todos los guerrilleros tenían los mismos objetivos ni todas las élites estaban de acuerdo sobre a quién debían. De hecho, como comentaba en ABC el filólogo Aníbal Salazar con respecto a la Guerra Civil, «nada fue neցro o blanco, rojo o azul, sino de un gris impreciso».

Un siglo antes, España también se dividió entre absolutistas y liberales, entre Ejército regular y guerrillas y, sobre todo, entre los afrancesados 'traidores' y los patriotas que se lanzaron a la calle para expulsar a los galos. Estos últimos, por supuesto, siempre recibieron más atención en la literatura española y tuvieron mejor prensa, como demuestra el enfoque de Galdón en los citados 'Episodios Nacionales'. De hecho, un amplio sector de la sociedad española estaba dispuesta a que España formara parte del Imperio napoleónico.

Motín de Aranjuez

La división se había manifestado unos años antes, con la crisis de la Monarquía a principios del siglo XIX. El vertiginoso ascenso de Godoy había puesto en entredicho la jovenlandesalidad pública y privada de la Familia Real. La sospecha de que el Monarca pretendía quitarle la Corona a su legítimo heredero, el futuro Fernando VII, para dársela a su ministro favorito, provocó el Motín de Aranjuez en marzo de 1808. La insurrección, acaudillada por unos cuantos aristócratas, obligó a Carlos IV a abdicar en favor de su hijo y todo siguió el curso previsto.

Bonaparte, sin embargo, tenía otros planes y aprovechó la coyuntura para atraer al nuevo Rey a Bayona y, una vez allí, le obligó a devolver la Corona a su padre. El emperador francés no solo se salió con la suya, sino que consiguió que este pusiera el trono a su disposición. La jugada maestra se consumó cuando el gran corso nombró Rey de España a su hermano José, mientras Fernando VII era recluido en el castillo de Valençay y sus padres y Godoy, enviados al exilio.

Después de aquella traición por parte de los Borbones, no es de extrañar que un sector de la población aceptara de buen grado la posibilidad de un cambio dinástico. Algunos lo hicieron por convicción, pues creían que con Napoleón y bajo el abrigo de la potencia gala les iría mejor. Entre ellos se encontraban los herederos intelectuales de la Ilustración, convencidos de que el progreso se encontraba en el dominio de la razón, y una buena parte de los nobles, eclesiásticos y terratenientes partidarios del régimen absoluto, que querían evitar también el enfrentamiento bélico con Francia.

Leandro Fernández de jovenlandesatín

Entre ellos se encontraba el insigne dramaturgo y poeta español Leandro Fernández de jovenlandesatín, que cuando José I Bonaparte prometió que iba a garantizar los «derechos individuales de los ciudadanos» y respetar «la independencia de España», escribió: «Espero de José I una extraordinaria revolución capaz de mejorar la existencia de la monarquía, estableciéndola sobre los sólidos cimientos de la razón, la justicia y el poder». A él se sumaron un buen número de clérigos, miembros de la nobleza, militares, juristas, periodistas y escritores como Juan Meléndez Valdés, Pedro Estala, Juan Antonio Llorente, José Marchena y Félix José Reinoso.
En el otro bando se encontraba una gran parte de los españoles de clase baja, que se levantaron en armas contra las tropas bonapartistas, pero el nuevo monarca se esforzó por iniciar una reforma política y social encaminada a recortar el poder de la Iglesia y la nobleza en favor de la burguesía. El Estatuto de Bayona, promulgado en julio de 1808, y redactado por los afrancesados más ilustres, se esforzó en destacar el alcance de aquellas transformaciones en ámbitos como la enseñanza, el derecho o la religión. En este sentido se llevaron a cabo importantes medidas como la igualdad contributiva o la desamortización de los conventos.

La realidad, sin embargo, es más compleja de lo que parece, pues había un pequeño grupo de personajes importantes, como Goya y el escritor Gaspar Melchor de Jovellanos, que sufrieron lo indecible al situarse a medio camino entre ambas posturas, entre medias de la simpatía que sentían por las ideas reformadoras de los franceses y su condena por los abusos que estaban cometiendo como invasores. Querían para España las ideas de los conquistadores, pero habían sido testigos del engaño perpetrado con el Tratado de Fontainebleau. Y todas estas Españas se enfrentaron durante la guerra, pero también después.

Incapacitados
Durante la Cortes de Cádiz en 1812, una gran parte de los afrancesados fueron incapacitados para desempeñar cargos públicos por su «colaboración con el enemigo». Cuando se empezó a atisbar la derrota de Napoleón y José Bonaparte un año después, la situación de estos empeoró todavía más, hasta el punto de que Fernando VII organizó caravanas enteras para que se marcharan de España con destino a Francia. En total, salieron 12.000 'traidores' después de la humillación sufrida por los galos en la batalla de Vitoria.

La experiencia de los que decidieron quedarse al final de la guerra, a pesar de que el hermano de Napoleón ya había abandonado España, fue terrible. El pueblo los tenía señalados y fueron denunciados, insultados por las calles y hasta linchados públicamente. Las prisiones se llenaron de afrancesados y el Gobierno hasta tuvo que acondicionar una parte del parque del Retiro como guandoca provisional. El repruebo profesado contra todo aquel que fuera mínimamente sospechoso de haber apoyado al invasor fue enorme.

Entre los que se tuvieron que ir a Francia existía la idea de que pronto podrían regresar a España. Corría el rumor de que, en las conversaciones de paz entabladas entre el duque de San Carlos en nombre de Fernando VII y el embajador La Forest, por Napoleón, se había acordado que estos podrían recuperar su condición civil, sus posesiones y sus cargos a pesar de haber luchado en el bando francés. Hasta que llegara ese momento, aguantaron como podían, concentrados en la región de la Gironda con el apoyo de una pequeña cantidad de dinero aportada por el Gobierno de París a modo de compensación por sus servicios. Pero se equivocaron, pues unos cinco mil colaboradores de la familia Bonaparte fueron expatriados del país para siempre.

 
Con Napoleón, el eurotragalefísmo se convirtió en dogma, y España pasó a ser hezpañistán.

Hasta el sol de hoy.
 
Los afrancesados eran una clara minoria pero bien situados social y politicamente.El pueblo llano trabajador se situaba mayoritariamente a favor del Antiguo Regimen.Asi,no hubo "dos bandos" como dice el articulo de ABC,sino un ejercito invasor apoyado por una minoria de colaboracionistas contra una mayoria social española contraria a esta invasion.Las "dos Españas" estarian mas representadas en los posteriores conflictos carlistas.

Algunos pensaran aquello de "vivan las cadenas" para denostar esta postura,pero esto es desconocer un Antiguo Regimen lleno de derechos,fueros y proteccionismo social (Iglesia catolica) lejos de esa imagen falsa de semiesclavismo nobiliario feudal (Aunque ciertamente,en el sur latifundista algo de esto hubo,pero siempre combatido por la monarquia e iglesia).

Ademas,la Historia marco profundamente las diferencias sociales entre Francia y España : Alli predomino el feudalismo con un campesinado mucho mas explotado,mientras que en España,la larga Reconquista convirtio a ese campesinado en colonos-guerreros,lo cual marco su estatus social,siendo mejor tratados con diferencia,abundando la Hidalguia entre ellos.Estos abusos contra el pueblo llano frances se incrementaron con las carencias para controlar su desmedido crecimiento demografico y las innumerables guerras modernas que involucraron a los "Luises" contra todos sus vecinos y que padecio alli el pueblo llano en forma de levas obligatorias e impuestos desmedidos para financiar toda esta "grandeur" militar que culminaria en las costosas "guerras mundiales" de los 8 años e independencia americana,lo cual seria una de las principales causas de la Revolucion de 1789 (Sin este apoyo mayoritario del pueblo llano,los burgueses ilustrados no habrian triunfado de ninguna forma en 1789)

Tambien mencionar el jacobinismo revolucionario frances que laminaba todo atisbo de pluralidad cultural y que en las Españas choco fuertemente.Pais vasco y Cataluña se contaban entre las regiones con mas guerrilla,ya que por cercania geografica sabian de los desmanes que la "ilustracion" estaba cometiendo contra sus paisanos del otro lado de la frontera.

Esto por no hablar de una Revolucion "popular" que habia poco equilibrado a pasos agigantado con el golpe de estado de Brumario y la posterior conversion de Napoleon en un megalomano emperador coronado por el propio Papa en 1804.

Todo esto no justifica cierto inmovilismo hacia algunas ideas de progres.Hacian falta ciertos cambios socioeconomicos en un nuevo siglo que ya se vislumbraba industrial en buena parte de Europa,pero intentar imponerlos "manu militari" no fue la mejor opcion.

Hubo gente muy valida tanto en el bando afrancesado como en el monarquico y fue una lastima que aquel conflicto trajera la inestabilidad decimononica española con carlismos,cantonalismos,secesionismos criollos,levantamientos,anarquismos,etc

Pero lo que tiene que quedar bien claro es que lo ocurrido en 1808 fue una invasion militar en toda regla con el agravante de realizarse mediante engaños y posteriormente falsas promesas de "modernizacion",mientras las tropas napoleonicas saqueaban media España...
 
Cuenta Luis del Pino en su reciente novela sobre Fernando VII, 'Yo, el difamado' (La Esfera de los Libros), que el retrato que ha llegado hasta nuestros días del Rey de España es demasiado cruel e injusto. Que el monarca no fue tan «menso, tramposo, fistro y retrógado» como se la ha pintado. Pero, sobre todo, que no fue el «traidor» que la mayoría de los historiadores creemos, a raíz de la firma del Tratado de Fontainebleau por parte de su ministro, Manuel Godoy, que condenó a su pueblo al peor de los destinos.

Con aquel acuerdo rubricado el 27 de octubre de 1807, Napoleón obtuvo el permiso de Fernando VII para atravesar España con más de 110.000 soldados. El objetivo oficial era conquistar Portugal, pero todo fue una farsa, porque los franceses comenzaron a conquistar todas las ciudades que encontraron a su paso por la Península Ibérica. Cuando el Rey regresó de Francia y entró en Madrid por la Puerta de Atocha el 24 de marzo de 1808, fue aclamado por su pueblo. «Parecía un día de junio en el que la naturaleza sonreía como la Nación», escribió Benito Pérez Galdós en sus 'Episodios Nacionales'.

Las calles se mantuvieron relativamente tranquilas en las semanas siguientes gracias a la presencia de los soldados galos, que paseaban a sus anchas por la capital sin que los madrileños se hubieran percatado del desdén con que trataban al mismo Rey Fernando . «Nos cuesta mucho trabajo creer que los propósitos de los franceses no fueran evidentes ante los ojos de nuestros conciudadanos. Los testigos de aquella situación nos hablan insistentemente del malestar creciente de la población madrileña.

El cambio introducido por Gonzalo Fernández de Córdoba en su Ejército le dio a España el poderío militar en el mundo y transformó la forma de combatir hasta la llegada de las armas de destrucción masiva en el siglo XX

No obstante, los madrileños no sabían qué hacer, porque los franceses tenían en la ciudad y sus alrededores a 25.000 hombres ocupando El Retiro y pertrechados con numerosa Artillería», explicaba el historiador José Manuel Guerrero, comandante del Ejército de Tierra, en su artículo 'El ejército francés en Madrid', que fue publicado en la 'Revista de Historia Militar' en 2004. Sin embargo, el 2 de mayo de 1808, Madrid saltó por los aires y dio comienzo la Guerra de Independencia.

«¡Armas!»

«No se oían más voces que '¡armas, armas, armas!'. Los que no vociferaban en las calles, vociferaban en los balcones. Y si un momento antes la mitad de los madrileños eran simplemente curiosos, después de la aparición de la artillería todos fueron actores», añadía Galdós. Es cierto que parte del pueblo español no tardó en levantarse, convencido de que debía echar al invasor. El Gobierno llamó a filas a sus ciudadanos y reunió a 30.000 hombres, la gran mayoría de ellos milicianos sin ninguna experiencia en combate. Pero no todos los españoles vieron con malos ojos la llegada de Napoleón ni sus conquistas. Muchos lo defendieron, pelearon junto a él y lo consideraron el «salvador» de una España que, según decían, estaba sumida en las sombras.

Los historiadores, sin embargo, pocas veces mencionan que, durante la Guerra de Independencia, existió una gran división entre los españoles. Lo cierto es que, más allá del mito, el pueblo no fue siempre una piña, ni los combates discurrieron igual en todas las regiones, ni todos los guerrilleros tenían los mismos objetivos ni todas las élites estaban de acuerdo sobre a quién debían. De hecho, como comentaba en ABC el filólogo Aníbal Salazar con respecto a la Guerra Civil, «nada fue neցro o blanco, rojo o azul, sino de un gris impreciso».

Un siglo antes, España también se dividió entre absolutistas y liberales, entre Ejército regular y guerrillas y, sobre todo, entre los afrancesados 'traidores' y los patriotas que se lanzaron a la calle para expulsar a los galos. Estos últimos, por supuesto, siempre recibieron más atención en la literatura española y tuvieron mejor prensa, como demuestra el enfoque de Galdón en los citados 'Episodios Nacionales'. De hecho, un amplio sector de la sociedad española estaba dispuesta a que España formara parte del Imperio napoleónico.

Motín de Aranjuez

La división se había manifestado unos años antes, con la crisis de la Monarquía a principios del siglo XIX. El vertiginoso ascenso de Godoy había puesto en entredicho la jovenlandesalidad pública y privada de la Familia Real. La sospecha de que el Monarca pretendía quitarle la Corona a su legítimo heredero, el futuro Fernando VII, para dársela a su ministro favorito, provocó el Motín de Aranjuez en marzo de 1808. La insurrección, acaudillada por unos cuantos aristócratas, obligó a Carlos IV a abdicar en favor de su hijo y todo siguió el curso previsto.

Bonaparte, sin embargo, tenía otros planes y aprovechó la coyuntura para atraer al nuevo Rey a Bayona y, una vez allí, le obligó a devolver la Corona a su padre. El emperador francés no solo se salió con la suya, sino que consiguió que este pusiera el trono a su disposición. La jugada maestra se consumó cuando el gran corso nombró Rey de España a su hermano José, mientras Fernando VII era recluido en el castillo de Valençay y sus padres y Godoy, enviados al exilio.

Después de aquella traición por parte de los Borbones, no es de extrañar que un sector de la población aceptara de buen grado la posibilidad de un cambio dinástico. Algunos lo hicieron por convicción, pues creían que con Napoleón y bajo el abrigo de la potencia gala les iría mejor. Entre ellos se encontraban los herederos intelectuales de la Ilustración, convencidos de que el progreso se encontraba en el dominio de la razón, y una buena parte de los nobles, eclesiásticos y terratenientes partidarios del régimen absoluto, que querían evitar también el enfrentamiento bélico con Francia.

Leandro Fernández de jovenlandesatín

Entre ellos se encontraba el insigne dramaturgo y poeta español Leandro Fernández de jovenlandesatín, que cuando José I Bonaparte prometió que iba a garantizar los «derechos individuales de los ciudadanos» y respetar «la independencia de España», escribió: «Espero de José I una extraordinaria revolución capaz de mejorar la existencia de la monarquía, estableciéndola sobre los sólidos cimientos de la razón, la justicia y el poder». A él se sumaron un buen número de clérigos, miembros de la nobleza, militares, juristas, periodistas y escritores como Juan Meléndez Valdés, Pedro Estala, Juan Antonio Llorente, José Marchena y Félix José Reinoso.
En el otro bando se encontraba una gran parte de los españoles de clase baja, que se levantaron en armas contra las tropas bonapartistas, pero el nuevo monarca se esforzó por iniciar una reforma política y social encaminada a recortar el poder de la Iglesia y la nobleza en favor de la burguesía. El Estatuto de Bayona, promulgado en julio de 1808, y redactado por los afrancesados más ilustres, se esforzó en destacar el alcance de aquellas transformaciones en ámbitos como la enseñanza, el derecho o la religión. En este sentido se llevaron a cabo importantes medidas como la igualdad contributiva o la desamortización de los conventos.

La realidad, sin embargo, es más compleja de lo que parece, pues había un pequeño grupo de personajes importantes, como Goya y el escritor Gaspar Melchor de Jovellanos, que sufrieron lo indecible al situarse a medio camino entre ambas posturas, entre medias de la simpatía que sentían por las ideas reformadoras de los franceses y su condena por los abusos que estaban cometiendo como invasores. Querían para España las ideas de los conquistadores, pero habían sido testigos del engaño perpetrado con el Tratado de Fontainebleau. Y todas estas Españas se enfrentaron durante la guerra, pero también después.

Incapacitados
Durante la Cortes de Cádiz en 1812, una gran parte de los afrancesados fueron incapacitados para desempeñar cargos públicos por su «colaboración con el enemigo». Cuando se empezó a atisbar la derrota de Napoleón y José Bonaparte un año después, la situación de estos empeoró todavía más, hasta el punto de que Fernando VII organizó caravanas enteras para que se marcharan de España con destino a Francia. En total, salieron 12.000 'traidores' después de la humillación sufrida por los galos en la batalla de Vitoria.

La experiencia de los que decidieron quedarse al final de la guerra, a pesar de que el hermano de Napoleón ya había abandonado España, fue terrible. El pueblo los tenía señalados y fueron denunciados, insultados por las calles y hasta linchados públicamente. Las prisiones se llenaron de afrancesados y el Gobierno hasta tuvo que acondicionar una parte del parque del Retiro como guandoca provisional. El repruebo profesado contra todo aquel que fuera mínimamente sospechoso de haber apoyado al invasor fue enorme.

Entre los que se tuvieron que ir a Francia existía la idea de que pronto podrían regresar a España. Corría el rumor de que, en las conversaciones de paz entabladas entre el duque de San Carlos en nombre de Fernando VII y el embajador La Forest, por Napoleón, se había acordado que estos podrían recuperar su condición civil, sus posesiones y sus cargos a pesar de haber luchado en el bando francés. Hasta que llegara ese momento, aguantaron como podían, concentrados en la región de la Gironda con el apoyo de una pequeña cantidad de dinero aportada por el Gobierno de París a modo de compensación por sus servicios. Pero se equivocaron, pues unos cinco mil colaboradores de la familia Bonaparte fueron expatriados del país para siempre.


No se qué habrá de cierto o mentira dentro de la muy cuestionable historia oficial. En realidad a quién habría que tironukear sería al padre Carlos IV que vendió (literalmente) España. Eso es bastante indicativo, que se echen más pestes de Fernando VII que de Carlos IV.

Paco Cecilio aprueba el hilo.

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El hijo era el fiel reflejo de su padre.

El cáncer de España han sido los cambios dinásticos, a cada uno peor que el anterior.

Primero llegaron los Austrias, que se encontraron con un país militarmente potentísimo, con un continente recién descubierto, y un empuje como se ha visto pocas veces en la historia de la humanidad.

Pues en lugar de dedicar esa descomunal energía en América, como debieron haber hecho, la dispersaron entre ese nuevo continente y la obtención y posterior conservación a toda costa y a cualquier precio de la absurda herencia dinástica de Carlos I en Centroeuropa.
La corona del Sacro Imperio fue comprada a precio de locura CON FONDOS DE CASTILLA, provocando el descontento general y las trágicas revuelta de las comunidades de de las Germanías.
A la abdicación de Carlos la corona imperial pasó a su hijo Fernando, pero se pretendió conservar unas posesiones borgoñonas buenas para nada, demasiado lejanas y demasiado diferentes para integrarlas en un imperio Español que tenía objetivos mejores, más productivos y menos difíciles que perseguir.

Para más inri, la absurda endogamia matrimonial de los Austrias en pos de sellar alianzas que conservasen en su poder la manzana envenenada de Flandes propició que en apenas 4 generaciones de monarcas el rey, Carlos II, fuese un guiñapo deforme que murió sin descendencia como no podía ser de otra forma, provocando una costosisima guerra de sucesión que ganó el bando francés, no con sus armas, sino con concesiones a Inglaterra a costa de España, como Gibraltar, Menorca y permisos para comerciar con América que en la práctica fueron una carta blanca para meter en la América española el vi-rus inglés.

Pera más inri, el idi-ota de Felipe de Anjou/V, seguía las órdenes de su abuelo Luis caGorce (XIV) de Francia a la hora de gobernar el mayor imperio de la humanidad hasta la fecha, quedando además y desde entonces, como "tradición" una supeditación de España a los intereses de Francia, que culminó con la oleada turística napoleónica apenas un siglo después, conducta suicida de la que, además, todavía no nos hemos deshecho.
Encima la guerra de secesión provocó problemas territoriales en España, propiciados por las diferencias en trato entre unas y otras regiones en función de a quien apoyaron en la guerra de secesión, problemas que aún colean hoy en Cataluña y en las vascongadas.

Después de esto llega Fernando Fétido con su ley Sálica para favorecer a su hija Isabel la absorbepo-llas, con su menso nieto Alfonso Peste (XIII) y su huida vergonzosa de España dejándola en manos de los asque-rosos comunistas que fingían ser republicanos, cuando solo eran asesinos de masas y ladrones con las neuronas justas para no cagarse encima menos una.

Franco nos salvó de esa pu-rria, pero por desgracia murió, y estamos otra vez en manos de gente más preocupada por obtener y conservar el poder que por el bienestar de su país.

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Pues en lugar de dedicar esa descomunal energía en América, como debieron haber hecho, la dispersaron entre ese nuevo continente y la obtención y posterior conservación a toda costa y a cualquier precio de la absurda herencia dinástica de Carlos I en Centroeuropa.
La corona del Sacro Imperio fue comprada a precio de locura CON FONDOS DE CASTILLA, provocando el descontento general y las trágicas revuelta de las comunidades de de las Germanías.
A la abdicación de Carlos la corona imperial pasó a su hijo Fernando, pero se pretendió conservar unas posesiones borgoñonas buenas para nada, demasiado lejanas y demasiado diferentes para integrarlas en un imperio Español que tenía objetivos mejores, más productivos y menos difíciles que perseguir.

Para más inri, la absurda endogamia matrimonial de los Austrias en pos de sellar alianzas que conservasen en su poder la manzana envenenada de Flandes propició que en apenas 4 generaciones de monarcas el rey, Carlos II, fuese un guiñapo deforme que murió sin descendencia como no podía ser de otra forma, provocando una costosisima guerra de sucesión que ganó el bando francés, no con sus armas, sino con concesiones a Inglaterra a costa de España, como Gibraltar, Menorca y permisos para comerciar con América que en la práctica fueron una carta blanca para meter en la América española el vi-rus inglés.

Esto.

No es difícil imaginar un mundo moderno hispánico, dirigido equidistantemente desde, quizás, Ciudad de Méjico, expandiéndose por los 4 puntos cardinales hacia todos los continentes.

Pero no, entonces, ¿quien les serviría las cañitas a esos señores uropedos hoy en día?
 
el cáncer de españa ha sido la alianza de los obispos integristas con una nobleza rural, parasitaria y "campechana" , que se lo han pasado agitando a un populacho analfabeto y cainita, lleno de repruebo a todo lo foráneo, lo moderno, lo "ilustrado".

vivan las caenas, fin a la inteligencia y tal
 
que se lo han pasado agitando a un populacho analfabeto y cainita, lleno de repruebo a todo lo foráneo, lo moderno, lo "ilustrado".

Es decir los gente de izquierdas de los siglos XX y XXI.

No se puede ser moderno e ilustrado y un rojo de cosa anticapitalista que quiere destruir la civilización.
 
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