Éramos adolescentes viviendo sus últimos años de estudios sin saberlo todavía. Muy pronto, tal vez dos o tres años más tarde, a las puertas de la Universidad, los dejamos para siempre. Ya para entonces nos habíamos separado. Después de todo pasaron cosas: yo repetí 2º de BUP, Jose pasó a tercero y creo recordar que a Juan (un chico de otro pueblo) lo sacaron sus padres del régimen de interno en aquel colegio de curas. Apenas dos años de amistad de colegio. Pero dos años adolescentes.
No sé decir si fue por un accidente de moto o por jugar al fútbol pero el caso es que durante algunas semanas (no muchas, diría dos o tres) hube de quedarme en casa por una lesión en el tobillo. Reposo absoluto al principio, vendaje compresivo, nada de escayolas...Los primeros días de convalecencia pasaron entre un ir y venir de mi pobre progenitora para abrir la puerta de casa a mis buenos compañeros de colegio que, intimidados como cualquier adolescente en casa ajena, preguntaban por mi. Mi vieja les acompañaba y después nos dejaba solos para bajar a la tienda. Esto duró dos o tres días; cuatro, como quien dice: nadie quiere pasar la tarde con un impedido cuando son quince los años que hierven su sangre. Pero Juan (el peor de todos nosotros según los maestros) no dejó de ir a verme ni una sola tarde.
Era un chico alto, delgado, fibrado, de marcadísimo rostro anguloso, nervioso, activo, incapaz de quietud; hoy en día lo catalogarían como hiperactivo, serial killer o algo así, estoy seguro; a pesar de su no tan leve problema de habla no se callaba ante ninguna circunstancia, tanto en la clase como fuera de ella. Más de uno se comió sus palos sin consagrar. Muchos más de uno. Y mucho mayores y más grandes que él. Pronto lo dejaron a su aire. "Ese chico está loco"
Y era un sol. Mi pobre progenitora flipó con él durante mi convalecencia: tan educado y al mismo tiempo tan bromista, y ya entonces tan sin miedo a hablar con mujeres...Todos los demás chicos eran eso, chicos asustados en casa ajena.
Juan llegaba al salón con todo su ímpetu natural, "¡qué tal va eso, Kufisto!", y sentado a mi lado, fumando cigarrillos, me contaba las últimas novedades de los días, de como aquella había preguntado por mi y todo eso. Día tras día sin fallar ni uno.
Llegó el día de su forzada marcha (me doy cuenta de que lo recuerdo conforme lo escribo) y nos juntamos los tres amigos abrazándonos entre lágrimas. Lloraba Juan sin solución; no podía pronunciar palabra sin romperse a llorar y a moquear hasta la asfixia.
Hay días en el bar que funcionan tan al revés como uno de esos estados próximos a la fin. Son muy raros, no diré la contrario, pero los hay. Es una especie de rebobinamiento comunal en el que por alguna confluencia astral todo se alinea a última hora en tipo "2001"
En verdad el mediodía había pasado bajo el signo previsto de todo el finde: poca gente, muchas fiestas lejanas y todo lo demás. Lo bueno de tener casi cincuenta años es que ya nada te pilla de sorpresa; si es que bueno no sea más que algo que no te pilla por sorpresa.
Eran las tres y media de la tarde cuando a punto de acabar de recogerlo todo de una vez (en el último momento había tenido que atender unas tostas tardías) para echarme una tranquila cerveza con mi fiel cliente dominical (un rockero que se tiñe el pelo) que llegó un antiguo compadre con la familia: sus viejos cumplían sesenta años de casados, habían comido por ahí, y ahora venían aquí a echarse las copas.
"¡Me cachis! -pensé- ¿Pero este (por su padre) no se suicidó hace años?"
No. Ahí estaba. Bien derecho. Ochenta y cinco años. Gin tonic y paquete y medio de tabaco diario. Eso sí, jubilado con apenas cuarenta años. Me había confundido de suicidio.
Y entonces el bar, a última hora, de golpe, se llenó de viejos amigos míos. Y Jose era uno de ellos.
Con suerte nos vemos una vez al año. Hoy lo hizo en compañía de un compadre suyo, un amiguete mío. La conversación derivó, no sé como, hacia Juan.
- Me lo encontré en Ibiza hace años -dijo el amiguete- Puede que fuera el 2017, por ahí...Estaba de segurata en una puerta de discoteca, pasadísimo de vueltas...Yo le hablé de aquí y sólo se acordaba de ti, Kufisto; ni de Jose ni de nadie, sólo se acordaba de ti. ¡De hecho pasé a la disco por ti!
- Kufisto
- ¿Qué?
- Begoña pregunta por ti.
- Ya
- ¿Bajamos a la habitación y nos fumamos uno?
- Venga. Ayúdame.