Había un señor en mi pueblo, ya fallecido, que un día me comentó una anécdota de juventud.
Unos pastores estaban en una fuente de las afueras, él entre ellos, y entre el aburrimiento y el exceso de testosterona de toda juventud, garrula o no, se apostaron una garrafa de vino (a la vuelta, en el pueblo) a ver quién de ellos era capaz de beber más agua. El que menos bebiese pagaba y el que más, se llevaba el vino.
Bueno, pues uno de los chicos cascó y el que me contó la anécdota estuvo varios días en la cama que se moría que no se moría.
El forense confirmaría la fin por beber demasiada agua...de haber forense en aquellos entonces. Por cierto, el muerto sí fue premio Darwin, no tenía hijos. Todo, en exceso, puede dar de baja de la suscripción de la vida. Sea agua, heroína o bemoles duros.