Ingeniería humana para frenar el cambio climático hijos mas bajitos para que emitan menos co2

pocholito

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El cambio climático provocado por el hombre es uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos. Por desgracia, las soluciones existentes de tipo conductual y de mercado parecen insuficientes para mitigar los efectos del cambio climático, y la geoingeniería podría tener consecuencias catastróficas para nosotros y para el planeta. En este artículo propongo explorar un nuevo tipo de solución al cambio climático que llamo «ingeniería humana», y que incluye modificaciones biomédicas de los humanos de modo que puedan mitigar y adaptarse al cambio climático. Argumentaré que la ingeniería humana entraña menos riesgos potenciales que la geoingeniería, y que podría contribuir al éxito de las soluciones conductuales y de mercado.
El cambio climático de origen humano es uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos en la actualidad. Millones de personas podrían sufrir hambrunas, escasez de agua, enfermedades e inundaciones costeras por su causa (IPCC 2007). La ciencia contemporánea nos indica que podemos estar cerca o incluso más allá del punto de no retorno.(1) Las consecuencias más graves del cambio climático podrían atenuarse si conseguimos reducir y estabilizar los niveles de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Para ello se han propuesto diferentes soluciones, que van desde las conductuales de baja tecnología o low-tech, como aconsejar a las personas que usen menos los vehículos y reciclen más; soluciones de mercado, como gravar con impuestos el carbono y el comercio de derechos de emisión o incentivar a las industrias para que adopten tecnologías energéticas, térmicas y de transporte más limpias; hasta soluciones de geoingeniería, es decir, intervenciones a gran escala en el medioambiente, que incluirían la reforestación, el rociado de la estratosfera con aerosoles de sulfato para alterar la reflectividad del planeta y la fertilización de los océanos con hierro para estimular el desarrollo de algas que ayuden a eliminar el carbono de la atmósfera (Keith 2000).

BBVA, OpenMind. Ingeniería humana para frenar el cambio climático. Liao. Departamento de Agua y Energía (DWP) de la central hidroeléctrica de San Fernando, Sun Valley, California, EEUU
Departamento de Agua y Energía (DWP) de la central hidroeléctrica de San Fernando, Sun Valley, California, EEUU
Cada una de estas soluciones tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Por ejemplo, las conductuales son las que la mayoría de nosotros podríamos aplicar con facilidad. Por otro lado, muchas personas carecen de motivación para alterar sus costumbres de la manera requerida. Y es importante tener en cuenta que, aunque hubiera una aplicación a gran escala de las soluciones conductuales, tal vez no bastaría para mitigar los efectos del cambio climático. Por su parte, las soluciones de mercado podrían, por un lado, amortiguar el conflicto que representa actualmente para las empresas decidir entre conseguir beneficios y minimizar su impacto medioambiental. Pero las verdaderamente eficaces, como el comercio internacional de derechos de emisión, exigen acuerdos internacionales factibles, que hasta el momento han resultado difíciles de vertebrar. Así, los datos existentes sugieren que el Protocolo de Kioto no ha logrado reducciones palpables en los niveles mundiales de emisiones (Shishlov et al. 2016), y ya se perciben señales de que Estados Unidos, por ejemplo, muy probablemente no podrá cumplir con los objetivos fijados en el Acuerdo de París (Greenblatt y Wei 2016). Es más, se ha estimado que para devolver nuestro clima a niveles habitables habría que recortar las emisiones globales de carbono en al menos el 70 % (Washington et al. 2009). Dada la demanda poco flexible y creciente de petróleo y electricidad, hay serias dudas sobre si las soluciones de mercado, como la aplicación de impuestos al carbono, lograrán por sí solas una reducción de la magnitud deseada.

En consecuencia, algunos científicos y políticos proponen que nos tomemos muy en serio la idea de la geoingeniería, ya que, al menos en teoría, su impacto podría ser lo bastante importante como para mitigar el cambio climático.(2) Uno de los grandes problemas de la geoingeniería es que en muchos casos carecemos de los conocimientos científicos necesarios para desarrollarla e implantarla sin incurrir en graves peligros para nosotros o las generaciones futuras. De hecho, rociar aerosoles de sulfato podría destruir la capa de ozono, y la fertilización con hierro podría promover la formación de un plancton tóxico que destruyese algunas o todas las demás formas de vida marina. En este contexto, propongo que exploremos otras soluciones al cambio climático que no han sido consideradas antes y que entrañan menos riesgos potenciales que la geoingeniería. Es lo que mis colegas y yo hemos denominado, en otras publicaciones, «ingeniería humana» (Liao et al. 2012).

La ingeniería humana consiste en la modificación biomédica de los humanos para que mitiguemos mejor y nos adaptemos también mejor a los efectos del cambio climático. Añadiré que la ingeniería humana es, potencialmente, un medio eficaz de contrarrestar el cambio climático, sobre todo combinada con las soluciones ya descritas. Antes de explicar la propuesta quiero aclarar que la ingeniería humana está pensada como una actividad voluntaria —impulsada quizá por iniciativas como exenciones tributarias o ayudas a la asistencia sanitaria— y no obligatoria y forzosa. Estoy absolutamente en contra de toda forma de coacción como la que los nazis perpetraron en el pasado (segregación, esterilización y genocidio). Además, la propuesta está dirigida a los que creen que el cambio climático es un problema real y, en consecuencia, defienden medidas potencialmente catastróficas como la geoingeniería. Quien no cree que el cambio climático es un problema real, seguro que considera que pedir a la gente que recicle más es una reacción exagerada. Por último, la principal reivindicación aquí es muy modesta, solo queremos que la ingeniería humana sea tenida en cuenta junto a otras soluciones, como la geoingeniería. No esperamos que se convierta en medida gubernamental. Es un intento de abordar con enfoques «originales» un problema aparentemente sin solución.

Veamos cuatro ejemplos de ingeniería humana que: a) parecen realistas y factibles de implantar en un futuro próximo y b) parecen deseables incluso para quienes no les preocupe el cambio climático. Los ejemplos que propongo no son los únicos posibles y por eso invito a los lectores a que aporten mejores ejemplos que ilustren la idea de que hay que tomarse en serio la ingeniería humana.

INTOLERANCIA FARMACOLÓGICA A LA CARNE
Un informe muy citado de la FAO calcula que el 18 % de las emisiones de efecto invernadero del mundo (medidas en CO2) proceden de las granjas de ganadería intensiva, un porcentaje superior al del transporte. Otros han sugerido que la ganadería supone al menos el 51 % del total de emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo (Goodland y Anhang 2009). Incluso hay cálculos que dicen que las emisiones de óxido nitroso y de metano actualmente producidas por la ganadería podrían duplicarse en 2070 (Hedenus et al. 2014). Este dato bastaría para que no se pudieran cumplir los objetivos marcados para frenar el cambio climático. Sin embargo, incluso según los cálculos más conservadores, cerca del 9 % de las emisiones humanas de CO2 se deben a la deforestación para ampliar zonas de pasto, el 65 % de las de óxido nitroso antropogénico al estiércol y el 37 % por ciento del metano antropogénico procede directa o indirectamente del ganado. Algunos expertos estiman que cada una de los 1.500 millones de vacas que hay en el mundo emite por sí sola de 100 a 500 litros de metano al día (Johnson y Johnson 1995). Como una gran proporción de estas vacas y de otro ganado está destinada al consumo, reducir la cantidad de estas carnes rojas en nuestra dieta podría tener efectos importantes sobre el medio ambiente (Eshel y Martin 2006). De hecho, incluso una pequeña reducción (21 % al 24 %) en el consumo de carne roja tendría como resultado la misma reducción de emisiones que la localización total de la producción de alimentos, es decir, cero «food miles» (Weber y Matthews 2008).

BBVA, OpenMind. Ingeniería humana para frenar el cambio climático. Liao. Sala de ordeño rotatorio en una granja de leche de California, Estados Unidos
Sala de ordeño rotatorio en una granja de leche de California, Estados Unidos


Hay personas que no van a desistir de comer carne roja. Hay otras que sí podrían, pero carecen de la motivación o la voluntad necesarias. Después de todo, muchos encuentran irresistible el sabor de la carne roja. Esto puede explicar por qué muchos restaurantes vegetarianos sirven platos elaborados con plantas que saben a carne.

Aquí es donde la ingeniería humana podría ser de ayuda. Al igual que hay personas con intolerancia natural, por ejemplo a la leche o a la langosta, podríamos inducir artificialmente una ligera intolerancia a la carne roja. Aunque en principio la intolerancia a la carne no es muy común, podría inducirse estimulando el sistema inmunológico contra las proteínas comunes en la carne de vacuno (Fuentes et al. 2005). Así el sistema inmune estaría preparado para reaccionar ante ellas y desde ese momento los alimentos «no ecológicos» producirían sensaciones desagradables a quien los come. Incluso aunque los efectos no duren toda la vida, es posible que el aprendizaje perdure.

De hecho, existen pruebas de que la intolerancia a la carne se puede provocar de forma natural. Las picaduras de la garrapata Lone Star pueden producir alergia a la carne roja.(3) Esta garrapata inocula un carbohidrato llamado alfa-gal que está presente en la carne roja, pero no en los humanos. Por lo general, la presencia de alfa-gal en la carne no es perjudicial para los humanos. Pero cuando una garrapata Lone Star pica a una persona, le transfiere su alfa-gal al torrente sanguíneo. En consecuencia, el organismo de esa persona produce anticuerpos para combatir el carbohidrato. La siguiente vez que esa persona come carne roja tendrá una reacción alérgica entre leve y grave.

Un modo en principio seguro y práctico de inducir dicha intolerancia puede ser producir parches de «carne» similares a los de nicotina. Las personas pueden llevar estos parches para atenuar su entusiasmo por la carne roja. Para asegurarnos de que tienen la máxima aceptación, podemos producir parches destinados exclusivamente al tipo de animal que más contribuye a las emisiones de efecto invernadero, de modo que nadie tenga que hacerse por completo vegetariano si no lo desea.

HACER HUMANOS MÁS PEQUEÑOS
La huella ecológica del ser humano está relacionada en parte con nuestro tamaño. Necesitamos una cantidad determinada de alimentos y nutrientes para mantener cada kilogramo de masa corporal. Aunque otras cosas no cambien, cuanto más grandes seamos, más comida y energía necesitaremos. De hecho, la escala del porcentaje metabólico basal (que determina la cantidad de energía necesaria por día) asciende en proporción a la masa corporal y la longitud (Mifflin et al. 1990). Además de necesitar comer más, las personas más grandes también consumen más energía de maneras menos obvias. Por ejemplo, un coche consume más combustible por kilómetro para transportar a una persona más pesada que a una más ligera; hace falta más tela para vestir a gente grande que a gente menuda; las personas que pesan más desgastan zapatos, alfombras y muebles a mayor velocidad que las menos pesadas y así sucesivamente.

Un modo de reducir este impacto ecológico sería reducir nuestro tamaño. Como el peso aumenta con el cubo de la longitud, incluso la reducción más insignificante en altura, por ejemplo, podría tener un efecto importante sobre el tamaño. (Al reducir el tamaño, también podríamos reducir el peso medio. Pero para no complicar la explicación, me limitaré a usar el ejemplo de la altura.) Reducir la estatura media de los estadounidenses en solo 15 centímetros significaría una disminución del 23 % en la masa de hombres y el 25 % en la de mujeres, con sus correspondientes recortes del metabolismo basal (15 % y 18 %).

¿Cómo se consigue reducir la altura? La estatura está determinada en parte por factores genéticos y, en parte, por la dieta y los concentradores de estrés. Una posibilidad es usar el diagnóstico genético preimplantación (DGP), que se emplea en clínicas de fertilidad como un medio relativamente seguro de evaluar embriones con determinadas enfermedades de transmisión genética. También se podría usar el DGP para seleccionar niños de menor estatura. Esto no implicaría ningún tipo de modificación o alteración del material genético de los embriones, bastaría reconsiderar los criterios de selección de embriones.

También podría valorarse un tratamiento hormonal, bien para modificar los niveles de somatotropina o para provocar el cierre del cartílago del crecimiento antes de tiempo. De hecho, ya se están usando tratamientos hormonales para ralentizar el crecimiento en niños demasiado altos (Grüters et al. 1989).

Para terminar, hay una estrecha correlación entre el tamaño al nacimiento y la estatura del adulto (Sorensen et al. 1999). La impresión genética, en la que se activa la copia de los genes de uno de los progenitores y se desactiva la del otro, ha demostrado afectar al tamaño del recién nacido como consecuencia de una competición evolutiva entre genes con impresión paterna y materna (Burt y Trivers 2006). Así pues, se podría manipular el tamaño del recién nacido mediante medicamentos o nutrientes que reduzcan la expresión de los genes con impresión paterna o incrementen la expresión de los genes con impresión materna.

REDUCIR LOS ÍNDICES DE NATALIDAD MEDIANTE POTENCIADORES DE LA INTELIGENCIA
En 2008, John Guillebaud, profesor emérito de planificación familiar y salud reproductiva del University College London, y el doctor Pip Hayes, médico de familia de Exeter, señalaron que «cada niño nacido en el Reino Unido será responsable de 160 veces más emisiones de gases de efecto invernadero […] que cada niño nacido en Etiopía» (Guillebaud y Hayes 2008). Ante esto argumentan que, como medio de mitigar el cambio climático, los británicos deberían considerar no tener más de dos hijos.

Claro que ya existen numerosos métodos para controlar la natalidad, como el uso de anticonceptivos. Pero a la vista del cambio climático parece que tendremos que acelerar el proceso. Hay pruebas contundentes de que la tasa de natalidad baja a medida que mejora el acceso de las mujeres a la educación.(4) Aunque la razón principal de promover la educación es mejorar los derechos humanos y el bienestar general, la reducción en la fertilidad puede considerarse un efecto colateral positivo desde el punto de vista del cambio climático. En general, parece haber una relación inversamente proporcional entre nivel cognitivo y tasa de natalidad. En Estados Unidos, por ejemplo, las mujeres de baja capacidad cognitiva tienen más probabilidades de tener hijos antes de los dieciocho años (Shearer et al. 2002). De ahí que otra posible solución de ingeniería humana sea usar potenciadores de las funciones cognitivas, como el Ritalin y el Modafinil, para reducir los índices de natalidad. Aparte de la educación, hay otros motivos más imperiosos para querer mejorar la inteligencia humana, pero su efecto sobre la fertilidad puede ser deseable como medio de frenar el cambio climático. Aun cuando el efecto cognitivo directo sobre la fertilidad sea menor, los potenciadores de la cognición pueden incrementar la capacidad de las personas de autoeducarse, lo que acabará afectando a la fertilidad y, de forma indirecta, al cambio climático.

ALTRUISMO Y EMPATÍA INDUCIDOS FARMACOLÓGICAMENTE
Muchos problemas ambientales son el resultado de la ausencia de acción colectiva, cuando los individuos no contribuyen al bien común. Pero si las personas estuvieran más dispuestas a actuar en grupo, y tuvieran confianza en que los demás harían lo mismo, podríamos disfrutar de beneficios que solo se consiguen cuando un gran número de individuos actúa en colaboración. La inducción farmacológica del altruismo y la empatía puede aumentar las posibilidades de que esto ocurra (Dietz et al. 2003).

Hay indicios de que el altruismo y la empatía tienen una base biológica susceptible de ser alterada mediante fármacos. Por ejemplo, los sujetos de un ensayo clínico a los que se administró la hormona prosocial oxitocina, disponible en farmacias con receta, mostraron más disposición a compartir su dinero con desconocidos y a comportarse con mayor integridad (Zak et al. 2007). Un uso experimental de un inhibidor de la recaptación de noradrenalina logró un aumento del grado de compromiso social y cooperación y una reducción del egocentrismo (Tse y Bond 2002). Además, la oxitocina parece mejorar la capacidad de comprender los estados emocionales de otras personas, una característica esencial para la empatía (Guastella et al. 2008). Esto sugiere que las intervenciones que afectan a la sensibilidad en estos sistemas neuronales también podrían incrementar la voluntad de cooperar con normas u objetivos sociales.

Estos ejemplos son para ilustrar algunas posibles soluciones de ingeniería humana. Otras intervenciones podrían aumentar nuestra resistencia al calor y a las enfermedades tropicales, reducir nuestras necesidades de alimentos y agua y, si nos dejamos llevar por la fantasía, hasta dotar a los humanos de ojos de gato para que puedan ver mejor en la oscuridad y así reducir el consumo energético global.(5)
 
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De eso ya hizo una peli Matt Damon

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Bastante cutre, por cierto.
 
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