Cocidito madrileño en mi casa.
Ostras en terraza parisina soleada con vistas al arco del Triunfo.
Tazón de chocolata a la taza y copita de Champán en el Café Florian de la Plaza San Marcos.
Pierna de cordero asada con manteca y romero en la chimenea de casa de campo a tomar por ojo ciego del único amigo que mantengo de cuando tenía 8 años, pero con papitas panaderas.
Arroz al horno en casa de la suegra. Con morcilla, costillas, garbanzos, garrafó, habichuelas, ajos y tomate.
La tarta San Honoré que como con mi mujer en cada aniversario.
El sandwich club de una de las terracitas de la plaza del Rockefeller Center, con Prometeo robando el fuego a los dioses, para desayunar mientras seleccionan a qué camareros les van a dar trabajo por ese día.
Las tortitas de 7 pisos con arándanos, nata y sirope en el Grand Floridian de Disney World Orlando, después de haber pasado la noche como corresponde a una luna de miel.
Filete de pez espada al grill con alioli y papa asada en cubierta del barco en el que el amigo del cuñado lo acaba de pescar.
No terminaría.
Es lo que tiene empezar a hacerte viejuno.