La coca-cola es la felicidad
“Es lo que siempre he querido, pero es una cosa, una auténtica cosa”.
Tania Peligero
Cuando vi la lata de Coca-Cola que me compré ayer, la que ven en la imagen, lo primero que pensé es:
¡palos, están vivos! What the fuck! ¿Acaso llevaba puestas las gafas de John Nada? ¿Acaso la felicidad es beber esa cosa? ¿Las corporaciones traen la felicidad? ¿El capitalismo es la felicidad? ¿La multinacional Coca-Cola, con ese oscuro pasado tan relacionado con las conspiraciones mundiales, con tantos secretos, nos trae la felicidad? ¿Para eso organiza congresos donde psicólogos, médicos, deportistas y filósofos hablan de la fórmula secreta de la felicidad? Shiiiiiiiiit…
¿La chispa de la vida? Por mis huevones. Ya somos mayores, ya no creemos en los reyes magos, ni en las declaraciones de la NASA, ni vamos a ver al Papa. No tenemos caras de peregrinos adolescentes borrachos gritando “Benedicto es el puñetero amo”. A la gente normal se le cae la cara de vergüenza con tanto cinismo y tanta hipocresía y tanta doble jovenlandesal… 50 millones de euros para su divina cuenta corriente, en semejante situación. Deberíamos haber soltado el doble, por sus santos huevones inmaculados. Y luego escuchamos a los políticos, esos bastardos malnacidos y pusilánimes con corbatas fosforescentes, atreviéndose a exigirle sacrificios al pueblo…
Por el bien de España, de Europa, de la democracia y de su cuenta corriente.
Y se atreven a exigirlos porque el dinero es la libertad y la libertad es la felicidad y la felicidad es Coca-Cola y el Vaticano es Coca-Cola. Como dice Karra Elejalde en Año Mariano,
“no me molestan los ricos, lo que me joroba es que haigan los pobres”. El sistema es implacable. El neoliberalismo, inventado por ese santo varón llamado Milton Friedman, genera desarrollo y riqueza, claro. Pero sólo para aquellos que lo prodigan. Y al coste que sea. Por lo tanto
el capitalismo es demasiado cruel para que sea la felicidad. Ahí no hay ningún equilibrio, cualidad imprescindible para ser feliz, según los griegos antiguos.
Sólo hay placer por el lucro y libertad monetaria. Así que no nos hagan reír, mercaderes de la Coca-Cola. Dejad en paz a los jovenlandeses, no quieren vuestro brebaje canceroso ni vuestras guerras de cosa. No entienden vuestras sonrisas de comerciales ni vuestro circo del lucro. Ni nadie lo entiende en verdad.
Ya sabemos en qué consiste la felicidad, y no es en apiolar y engañar por dinero. Mucho se ha escrito sobre este estado de ánimo mágico que parece ser el sentido o el fin último de la vida (a falta de otro mejor, que por el momento desconocemos).
Muchos pensadores hablan de que la felicidad consiste en estar a gusto con uno mismo, tener una actitud positiva y tratar de contagiársela a los demás. No sé dónde se encuentra la felicidad, si en una pequeña mansión o en el neocórtex del cerebro, pero de seguro que no está en vuestras latas ni botellas ponzoñosas.
Son las palabras de grandes hombres las que nos ayudan a desentrañar el misterio de la felicidad y del sentido de vida, no vuestras lenguas viperinas marketinosas.
Para conquistar la felicidad, Sócrates y Platón nos exhortan hacia la virtud. Aristóletes nos dice que seamos buenos. Epicuro nos propone el cuadrifármaco: no temer a la fin, no temer a los dioses, buscar el placer y soportar el dolor. Groucho Marx dice que la felicidad está hecha de cosas caras. Y no le falta razón:
en las sociedades modernas el dinero es la felicidad porque el dinero es la libertad, es decir, que la libertad aumenta en la medida que aumenta la cuenta corriente. Pero nada tiene que ver realmente el dinero con la felicidad.
Como dice Epicteto, el esclavo filósofo, la única manera de ser feliz es ser libre y no desear nada.
Tolstoi aconseja no hacer lo que queremos, sino querer lo que hacemos. Neruda cree que el secreto está en encontrarse con uno mismo. Oscar Wilde nunca buscó la felicidad en el amor. Freud nos propone que seamos petulantes o, en su defecto, parecerlo. Victor Hugo recomienda que te ames mucho, a pesar de ti mismo. Voltaire dice que lo importante de la felicidad es saber dónde buscarla.
John Locke -el filósofo, no el alopécico de Perdidos- dice que la felicidad es interior, está en la mente. Pero
Nietzsche nos recuerda que no hay épocas felices, sólo momentos. Y que el hombre será feliz si trata de mejorarse cada día. Porque
no ser feliz es para Borges el peor pecado. Comte dice que vivamos para los demás. Goethe cree que la felicidad nace de la moderación y de la capacidad de alegrase por los logros de los demás. Si hacemos caso a Flaubert, debemos ser estúpidos, egoístas y estar bien de salud. Aunque la principal es la primera. Bertrand Russel prefiere que seamos objetivos.
Pascal apunta que la manera de agrandar la felicidad es repartirla a los demás. Kase.O dice que sólo hay que olvidar el pasado. El truco de Montesquieu era imaginarse a los demás más tristes. Woody Allen sólo sería feliz si le gustase sufrir. Vargas Llosa dice que hay que ser petulante o algo para ser totalmente feliz. Aldous Huxley disfrutaba de su felicidad sin tratar de disminuir la de los demás. Erasmo de Rotterdam era feliz porque lo que quería ser era lo mismo que lo que era.
Para Rousseau, más que hacer lo que queremos, la felicidad consiste en no hacer lo que no queremos. Para Kant todo se basa en la imaginación. Salomón creía que estando bien de ánimo, la atraías. Juvenal vio una vez a un hombre feliz y le pareció más raro que un cuervo blanco. Para Eurípides, el hombre comienza a ser feliz sólo en su último día, cuando desciende a la tumba. El hombre feliz del Dalai Lama es compasivo.
Sófocles pensaba que el saber y el conocimiento son lo más importante para lograr la felicidad.
Según Santo Tomás de Aquino, la felicidad está en la contemplación de la verdad. Shakespeare era feliz en sus amigos.
Para Jon Egaña la felicidad está en el camino. Quizá lo mejor sea disfrutar coleccionando caracolas como Stevenson. Porque a veces el hombre infeliz no se da cuenta de que es feliz, como decía Dostoyevski.
La felicidad para Séneca es no necesitarla.
Gandhi nos sugiere que pongamos de acuerdo nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestros actos. Parece que así llegará ella sola un buen día, porque la felicidad huye del que la busca, como la piedra filosofal.
Esto que ponen en las latas de Coca-Cola es tan obvio, es tan Orwell, es tan “Están Vivos”, que me entra la risa y me río. La publicidad de Coca-Cola es un cáncer, una felicidad de broma para mezclarla con ron Brugal y olvidarse. Pues no. Las ranas no olvidamos. Bebemos ron con Coca-Cola pero sabemos que la verdadera felicidad es una actitud, y hay que estar bien predispuesto y seguirla con disciplina y motivación. Como diría Krahe, lo primero es emplear cierto tiempo en conseguirla. Luego ya veremos lo que pasa.