Es la tónica habitual en la publicidad.
El padre no existe, y de tener cabida en ese espacio publicitario, se le relega a un mero niño más al que la mujer, nuevo núcleo familiar prefabricado, debe dar orientación, educación, e inculcarle buenos modales.
Acordaos de... iba a citar un spot en concreto, pero en realidad basta con que vuestra mente acuda a cualquiera de ellos. Cualquiera vale; cuando se trata de presentar un nuevo modelo de electrodoméstico, se presenta al varón como a ese ser torpe, inconsciente, que se mete donde no debe, aunque se le reprocha cuando no lo hace.
Me refiero a cómo es la mujer quien termina enseñándole al hombre cómo se maneja determinado electrodoméstico, mientras él, por supuesto fulastre supino, acaba suspirando o sonriendo como si fuera iluso.
Me viene a la mente, también, ese anuncio de no sé qué embutido catalán. Todo es fantástico, los críos juguetean por el campo, los abuelos hacen gala de sus hábitos de antaño, todo muy tradicional; la madre encantadísima con que los críos dejen aparcado el ordenador, etc. Todo muy chachi fetén, rematado con una última escena, todos los miembros de la familia reunidos en una comida conjunta, en el jardín. ¿Y el padre? Podría preguntarse alguien; al padre no le quieren ni en pintura, ni le necesitan para nada.
¿Y éste, nuevo... de un fuet de no sé qué marca? Aparece la madre, brazos en jarras, con los despojos de lo que queda del embutido en la mano; "¿Quién ha sido?", y todos los miembros de la familia huyen despavoridos, acongojados, ante el nuevo núcleo familiar prefabricado, que ahora luce enfadada.
Entre escenas de escaqueo colectivo, se puede ver la figura del padre, relegado, una vez más, a ser un mero niño; el cliché del niño encerrado en un cuerpo adulto, que huye y no afronta la culpa de haberse comido un par de rodajas de fuet, y por supuesto teme que su esposa le castigue.
Se me ocurren muchos más ejemplos, supongo que igual que a vosotros. La publicidad actual está repleta de toda esta hez hembrista, donde el hombre, como figura patera, o se le presenta como si fuera un niño más, o simplemente se le omite, como quien se olvida de atarse los cordones de las zapatillas. Sigues caminando y al final te acostumbras a ello, incluso sientes que tu pie está más libre y menos sujeto a lo incómodo.