Kalipso_borrado
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El barco que se hundió el 18 de abril del 2015 a 85 millas de Trípoli, en Libia, y recuperado por los buzos de la marina italiana a 370 metros de profundidad reposa en la base militar de Augusta, en el extremo oriental de Sicilia, desde el día 1 de julio pasado. En aquel momento empezó un lento y paciente trabajo para extraer las víctimas de su cascarón, examinar los restos antes de enterrarlas e intentar determinar su identidad.
“Estos hombres, mujeres, niños lo perdieron todo: la vida, el futuro, sus afectos pero incluso su nombre e historia. Son fantasmas. Buscamos devolverles una pizca de dignidad, hacer que por lo menos tengan una tumba, como hombres, no como mercancía”, comenta el prefecto Vittorio Piscitelli en su despacho de Roma. Guía el departamento de las personas desaparecidas, un órgano del Ministerio del Interior, que desde el 2013 se ocupa también de la identificación de los pagapensiones muertos en el mar.
En sus entrañas, aquel pesquero blanco, rojo y azul que ahora reposa a la sombra de una carpa como un animal agonizante, llevaba 458 fantasmas. O mejor: llevaba 458 body bags, sacos de huesos y ropa hecha andrajos que “contienen al menos una persona cada uno”, explicó el contralmirante Nicola De Felice proporcionando los datos de la mayor tragedia registrada hasta el momento en el Mediterráneo. El número de bolsas no corresponde con precisión al de víctimas porque los pagapensiones viajaban apretados y las corrientes han mezclado aún más sus restos. “Calculamos que los muertos son al menos el 10% más que las body bags”, dice Cristina Cattaneo, responsable del laboratorio de antropología y odontología forense de la Universidad de Milán, que, por encargo del prefecto Piscitelli, dirige las autopsias de las víctimas de este naufragio. La profesora y su equipo de médicos forenses separan un cuerpo del otro y a cada uno le asignan una ficha. Su trabajo empezó hace un año. El Mare Nostrum es una fosa común: antes de las unidades extraídas del pesquero, llegaron a su mesa 169 cuerpos recuperados alrededor del casco en el 2015 y otros 48 recogidos en junio del 2016, justo antes de transportar la barcaza a dique seco.
En el interior, los cadáveres estaban por todas partes. En la cubierta, en el pozo de proa, en el local de los motores, en la bodega, donde murieron al menos 203 pagapensiones, hacinados con una densidad de cinco personas por metro cuadrado. “Es impresionante: ¿Cómo entraron en un espacio tan angosto y limitado?”, se pregunta el prefecto de Siracusa, Armando Gradone. Para liberarlos de su tumba de acero y resina, 348 bomberos trabajaron once días turnándose sin parar, cargaron más de 1.500 veces sus bombonas de oxígeno y fueron descontaminados 1.354 veces, siempre que salían de aquel pesquero herido y lleno de muerte. (¿QUÉ COSTE TIENE ESO?):8:
En una carpa cercana a la del barco, la profesora Cattaneo y un tropel de policías científicos, antropólogos, odontólogos, biólogos forenses abren los sacos uno tras otro. Desenredan aquella maraña de huesos, piel, prendas, papeles y objetos a los que los pagapensiones estaban aferrados mientras morían. Fotos, móviles, documentos de identidad forrados con plástico, agendas telefónicas (con números de emergencia italianos que no tuvieron el tiempo de marcar), hasta una tarjeta de Acnur para pedir asilo o una libreta de la escuela.
Los médicos fotografían y archivan. Pasan por los rayos X los esqueletos, puede ser útil para establecer la edad y el sesso. Cuentan los huesos, apartan los que pertenecen a otro cuerpo. Buscan rastros de eventuales operaciones quirúrgicas, roturas, heridas, prótesis. Guardan un fragmento de hueso y analizan la forma de la arcada dental y los dientes. Todo puede contribuir a reconstruir la identidad de la persona que yace sin nombre ni historia en la mesa de autopsias. “De momento hemos encontrado sobre todo varones –explica Cattaneo–, algunos muy jóvenes, adolescentes. Llegaban de Etiopía, Senegal, Eritrea, Somalia, Sudán, Bangladesh, Costa de Marfil, Guinea, Gambia y Mali”. La profesora Cattaneo da detalles con la precisión de la ciencia y la compostura de la piedad. (NO ME DIGAS, YO PENSABA QUE SÓLO VENÍAN MUJERES Y NIÑOS, MUCHOS NIÑOS)
A Augusta llegan los especialistas de las universidades de todo el país. La conferencia de rectores se adhirió sin dudar a esta inmensa labor que costará a Roma nueve millones de euros.:
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Susi Pelotti enseña Medicina Legal en Bolonia. Ella y sus estudiantes e investigadores extraen las huellas de ADN de los fragmentos de huesos recogidos durante las autopsias. “Solemos trabajar para los tribunales, para pillar a algún criminal, o certificamos la identidad de las víctimas de un terremoto, como el que sacudió esta zona en el 2012”, explica la profesora desde su laboratorio en la ciudad norteña. Y añade: “Es la primera vez que nos encargamos de personas de las que sabemos tan poco. Pero no hay muertos de segunda categoría: todos los familiares merecen saber, también para proceder con los trámites jurídicos que conlleva la declaración de muerte de un pariente”.
A finales de septiembre deberían terminar las autopsias y los exámenes de ADN. “Luego salimos de los laboratorios para buscar material ante mortem y de algún familiar –explica Piscitelli–. La huella genética por sí sola no nos cuenta nada: hay que compararlo con el de un consanguíneo. Por eso hemos difundido a través de la prensa, las oenegés y la Cruz Roja un aviso que anima los que temen que su pariente haya muerto en el naufragio a recoger fotos, informaciones médicas, objetos que puedan contener ADN como cepillos de dientes o peines y enviarlos al laboratorio de antropología y odontología forense de Milán”. De momento, se han puesto en contacto con ellos casi 50 familias.
La parte final, la más delicada y dura, es la única que puede devolver a cada fantasma su identidad. Se cumple hablando, entrevistando, preguntando a los vivos; los muertos, escapados del agua, ya reposan en su ataúd. En el sur de Italia, cientos de cementerios acogen aquellas tumbas mudas, que esperan a un familiar que las acaricie. Mientras tanto, un guardián piadoso murmurará una oración y le pondrá flores de plástico.
Fantasmas en busca de identidad
No entiendo una fruta hez, en serio, es que no lo entiendo. 9 millones de euros (en realidad serán muchos más) invertidos en intentar determinar quienes son los simples que se metieron en un puñetero bote. Quizás es que soy una persona sin corazón, hay que jorobarse.
“Estos hombres, mujeres, niños lo perdieron todo: la vida, el futuro, sus afectos pero incluso su nombre e historia. Son fantasmas. Buscamos devolverles una pizca de dignidad, hacer que por lo menos tengan una tumba, como hombres, no como mercancía”, comenta el prefecto Vittorio Piscitelli en su despacho de Roma. Guía el departamento de las personas desaparecidas, un órgano del Ministerio del Interior, que desde el 2013 se ocupa también de la identificación de los pagapensiones muertos en el mar.
En sus entrañas, aquel pesquero blanco, rojo y azul que ahora reposa a la sombra de una carpa como un animal agonizante, llevaba 458 fantasmas. O mejor: llevaba 458 body bags, sacos de huesos y ropa hecha andrajos que “contienen al menos una persona cada uno”, explicó el contralmirante Nicola De Felice proporcionando los datos de la mayor tragedia registrada hasta el momento en el Mediterráneo. El número de bolsas no corresponde con precisión al de víctimas porque los pagapensiones viajaban apretados y las corrientes han mezclado aún más sus restos. “Calculamos que los muertos son al menos el 10% más que las body bags”, dice Cristina Cattaneo, responsable del laboratorio de antropología y odontología forense de la Universidad de Milán, que, por encargo del prefecto Piscitelli, dirige las autopsias de las víctimas de este naufragio. La profesora y su equipo de médicos forenses separan un cuerpo del otro y a cada uno le asignan una ficha. Su trabajo empezó hace un año. El Mare Nostrum es una fosa común: antes de las unidades extraídas del pesquero, llegaron a su mesa 169 cuerpos recuperados alrededor del casco en el 2015 y otros 48 recogidos en junio del 2016, justo antes de transportar la barcaza a dique seco.
En el interior, los cadáveres estaban por todas partes. En la cubierta, en el pozo de proa, en el local de los motores, en la bodega, donde murieron al menos 203 pagapensiones, hacinados con una densidad de cinco personas por metro cuadrado. “Es impresionante: ¿Cómo entraron en un espacio tan angosto y limitado?”, se pregunta el prefecto de Siracusa, Armando Gradone. Para liberarlos de su tumba de acero y resina, 348 bomberos trabajaron once días turnándose sin parar, cargaron más de 1.500 veces sus bombonas de oxígeno y fueron descontaminados 1.354 veces, siempre que salían de aquel pesquero herido y lleno de muerte. (¿QUÉ COSTE TIENE ESO?):8:
En una carpa cercana a la del barco, la profesora Cattaneo y un tropel de policías científicos, antropólogos, odontólogos, biólogos forenses abren los sacos uno tras otro. Desenredan aquella maraña de huesos, piel, prendas, papeles y objetos a los que los pagapensiones estaban aferrados mientras morían. Fotos, móviles, documentos de identidad forrados con plástico, agendas telefónicas (con números de emergencia italianos que no tuvieron el tiempo de marcar), hasta una tarjeta de Acnur para pedir asilo o una libreta de la escuela.
Los médicos fotografían y archivan. Pasan por los rayos X los esqueletos, puede ser útil para establecer la edad y el sesso. Cuentan los huesos, apartan los que pertenecen a otro cuerpo. Buscan rastros de eventuales operaciones quirúrgicas, roturas, heridas, prótesis. Guardan un fragmento de hueso y analizan la forma de la arcada dental y los dientes. Todo puede contribuir a reconstruir la identidad de la persona que yace sin nombre ni historia en la mesa de autopsias. “De momento hemos encontrado sobre todo varones –explica Cattaneo–, algunos muy jóvenes, adolescentes. Llegaban de Etiopía, Senegal, Eritrea, Somalia, Sudán, Bangladesh, Costa de Marfil, Guinea, Gambia y Mali”. La profesora Cattaneo da detalles con la precisión de la ciencia y la compostura de la piedad. (NO ME DIGAS, YO PENSABA QUE SÓLO VENÍAN MUJERES Y NIÑOS, MUCHOS NIÑOS)
A Augusta llegan los especialistas de las universidades de todo el país. La conferencia de rectores se adhirió sin dudar a esta inmensa labor que costará a Roma nueve millones de euros.:
:Susi Pelotti enseña Medicina Legal en Bolonia. Ella y sus estudiantes e investigadores extraen las huellas de ADN de los fragmentos de huesos recogidos durante las autopsias. “Solemos trabajar para los tribunales, para pillar a algún criminal, o certificamos la identidad de las víctimas de un terremoto, como el que sacudió esta zona en el 2012”, explica la profesora desde su laboratorio en la ciudad norteña. Y añade: “Es la primera vez que nos encargamos de personas de las que sabemos tan poco. Pero no hay muertos de segunda categoría: todos los familiares merecen saber, también para proceder con los trámites jurídicos que conlleva la declaración de muerte de un pariente”.
A finales de septiembre deberían terminar las autopsias y los exámenes de ADN. “Luego salimos de los laboratorios para buscar material ante mortem y de algún familiar –explica Piscitelli–. La huella genética por sí sola no nos cuenta nada: hay que compararlo con el de un consanguíneo. Por eso hemos difundido a través de la prensa, las oenegés y la Cruz Roja un aviso que anima los que temen que su pariente haya muerto en el naufragio a recoger fotos, informaciones médicas, objetos que puedan contener ADN como cepillos de dientes o peines y enviarlos al laboratorio de antropología y odontología forense de Milán”. De momento, se han puesto en contacto con ellos casi 50 familias.
La parte final, la más delicada y dura, es la única que puede devolver a cada fantasma su identidad. Se cumple hablando, entrevistando, preguntando a los vivos; los muertos, escapados del agua, ya reposan en su ataúd. En el sur de Italia, cientos de cementerios acogen aquellas tumbas mudas, que esperan a un familiar que las acaricie. Mientras tanto, un guardián piadoso murmurará una oración y le pondrá flores de plástico.
Fantasmas en busca de identidad
No entiendo una fruta hez, en serio, es que no lo entiendo. 9 millones de euros (en realidad serán muchos más) invertidos en intentar determinar quienes son los simples que se metieron en un puñetero bote. Quizás es que soy una persona sin corazón, hay que jorobarse.
