Albertini
Madmaxista
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La dictadura de Mugabe
Zimbabue, un país en caída libre
Viaje a donde la vida media no llega a 40 años y la inflación es del 8.000%
Rafael Ramos | Zimbabue. Enviado Especial. | 27/01/2008 | Actualizada a las 03:31h
Son la nueve de la mañana y las decenas de personas que abarrotan el andén número uno de la diminuta estación de Victoria Falls miran el reloj desesperadas. Hace dos horas que debería haber llegado el tren de Bulawayo con hogazas de pan, latas de gasolina y unos cuantos sacos de alimentos para hacer un poco de bulto en las desoladas estanterías de la tienda de ultramarinos de Victoria
Falls. Al cabo de un rato empieza a correr el rumor de que ha descarrilado, y la gente se mentaliza para pasar unos días más sin harina, ni café, ni azúcar…
"Todo ha dejado de funcionar en este maldito país - exclama Julius, un guía turístico que solía ganarse la vida llevando de cacería a norteamericanos ricos-. Es el colapso absoluto del Estado y todas sus instituciones. No hay moneda, no hay alimentos, no hay gasolina, no hay electricidad, no hay piezas mecánicas de recambio... ¿Mugabe? Hasta un mono lo haría mejor que Mugabe. Lo menos que se puede pedir a un dictador es que sepa gestionar la economía".
Para un país que detiene y tortura rutinariamente a los miembros de la oposición, y en el que está prohibida con pena de guandoca la entrada y el trabajo sin permiso (que nunca se concede) de periodistas extranjeros, sorprende el entusiasmo unánime con que todo el mundo - dependientes de comercios, chóferes, conserjes de hotel, vendedores ambulantes, hombres de negocios...- critica e insulta a Mugabe. Incluso los soldados. "Es que - explica Julius- también tienen que comer".
"El arma más importante del presidente es la ignorancia - comenta Taka, integrante de la etnia ndebele que emigró de Harare hace unos meses para buscarse la vida en Victoria Falls, donde los turistas sudafricanos dejan propinas en rands que, convertidos en dólares de Zimbabue, valen una fortuna-. Las autoridades municipales son antiguos soldados que tienen lavado el cerebro de la gente, convencida de que si no apoyan al régimen, los británicos se harán otra vez con el país, como si ello fuera posible. La única solución es hacerte pasar por uno de los suyos, prometerles el voto y, una vez en las urnas, dárselo a la oposición".
Los números hablan por sí solos: la expectativa de vida no llega a 40 años, la inflación oficial es del 8.000% (la real se estima en el 150.000%, la mayor de la historia en cualquier lugar del mundo), y ni siquiera esa cifra significa nada ante la falta de dinero en circulación. La Reserva Federal de Zimbabue acaba de emitir nuevos billetes de uno, cinco y diez millones de dólares locales. Los precios cambian cada hora. Para comprar cualquier cosa - en el caso improbable de que se venda- hace falta ir con una bolsa cargada de fajos de billetes. Los hospitales exigen dinero por anticipado - mediante transferencias que tardan hasta tres y cuatro días- para realizar una intervención. Los cortes de luz interrumpen las operaciones a medias. Hace tres años que no hay gasolina en la estación de servicio de Victoria Falls. La librería está clausurada. Los precios cambian cada hora. Las colas para subir al autobús son tan grandes que los conductores multiplican las tarifas por cinco, sólo admiten a quienes pagan y se embolsan la diferencia. Con el presupuesto de hace siete años para las obras inacabadas del aeropuerto hoy sólo se pueden comprar dieciséis barras de pan.
En Zimbabue todo el mundo es millonario. Un periódico cuesta dos millones de dólares, un filete de buey cien millones. Se considera normal que un turista deje una propina de diez millones (que no llega a cuatro euros y apenas sirve para comprar un manojo de plátanos). "El problema es que un sueldo medio no pasa de los veinte millones", cuenta Dakarai a la puerta de su modesta vivienda de ladrillo en una barriada de Victoria Falls alejada de los turistas, entre el ladrido de perros hambrientos y los esqueletos de coches desguazados, pero llena de parabólicas que cuestan cien dólares EE. UU. en Gabarone y la suscripción mensual tanto como el alquiler de una vivienda.
Dakarai es un millonario de Mugabe que se puede ganar la vida en divisas (el sueño de cualquiera) gracias a que habla perfecto inglés y tiene un coche propio. Aun así los ingresos sólo le dan para alquilar una habitación para él, su mujer y sus dos hijos y compartir la cuota de la antena parabólica que permite ver los partidos de las ligas inglesa, italiana y española. "El Barça va cerocero con el Mallorca a los veinte minutos del primer tiempo, no está jugando demasiado bien", explica tras entrar un momento en casa para dejar una botella de Coca-Cola, unas patatas fritas y una docena de barras de pan que ha comprado en Botsuana (va a congelar la mayoría), aprovechando que llevaba a un grupo de turistas al parque nacional de Chobe.
"Shhhh - dice Dephne, corredora de la bolsa de Harare, cuando se avista el puesto fronterizo que separa Victoria Falls de Zambia-. Este es el único sitio donde no se puede hablar, todos los aduaneros son de los servicios de inteligencia". Una vez en el país vecino, tras dejar atrás una cola de camiones que espera cuatro días para pasar los trámites, la especuladora financiera resume su brutal relato, y eso que pertenece a la clase media acomodada cada vez más escasa: "El Estado es el principal cliente del mercado oscuro, porque no existe otra economía. No hay dinero porque los precios suben más deprisa de lo que la Reserva Federal puede imprimir billetes. La única manera de sobrevivir como empresario es llevar una contabilidad ficticia para que nunca haya efectivo, porque se evapora. Comprar y vender electrónicamente. Todos los comercios y compañías sufren pérdidas desde hace meses, pero si cierras te expones a ser expropiado, es un círculo vicioso".
El sueldo de Salomón, su marido y vicepresidente de una empresa de exportación e importación de Harare, de la etnia shona, es de mil ochocientos millones de dólares de Zimbabue al mes (casi dos mil euros al cambio real), pero el de sus empleados no llega a veinte dólares norteamericanos. "Les ayudamos a conseguir azúcar, harina y café a precios de coste, ya que podemos comprar al por mayor - explica-, y les proporcionamos el transporte, en caso contrario no vienen a trabajar, no les compensa".
El rumor es cierto, y el tren de Bulawayo - con sus vagones azules construidos en la Inglaterra de los cincuenta, paneles de madera de caoba y el viejo logotipo colonial de Ferrocarriles de Rodesia inscrito todavía en las ventanas- efectivamente ha descarrilado. Otro día sin pan ni café. La multitud se disuelve resignada, y regresa a sus faenas cotidianas en un país destrozado donde sobrevivir es ya una victoria. "Que el Señor se lleve pronto a Mugabe", pide Julius tras un largo silencio perturbado sólo por el rugido de las cataratas Victoria, mientras señala con su dedo pulgar al infinito cielo africano.
Fuente. La Vanguardia.es
Zimbabue, un país en caída libre
Viaje a donde la vida media no llega a 40 años y la inflación es del 8.000%
Rafael Ramos | Zimbabue. Enviado Especial. | 27/01/2008 | Actualizada a las 03:31h
Son la nueve de la mañana y las decenas de personas que abarrotan el andén número uno de la diminuta estación de Victoria Falls miran el reloj desesperadas. Hace dos horas que debería haber llegado el tren de Bulawayo con hogazas de pan, latas de gasolina y unos cuantos sacos de alimentos para hacer un poco de bulto en las desoladas estanterías de la tienda de ultramarinos de Victoria
Falls. Al cabo de un rato empieza a correr el rumor de que ha descarrilado, y la gente se mentaliza para pasar unos días más sin harina, ni café, ni azúcar…
"Todo ha dejado de funcionar en este maldito país - exclama Julius, un guía turístico que solía ganarse la vida llevando de cacería a norteamericanos ricos-. Es el colapso absoluto del Estado y todas sus instituciones. No hay moneda, no hay alimentos, no hay gasolina, no hay electricidad, no hay piezas mecánicas de recambio... ¿Mugabe? Hasta un mono lo haría mejor que Mugabe. Lo menos que se puede pedir a un dictador es que sepa gestionar la economía".
Para un país que detiene y tortura rutinariamente a los miembros de la oposición, y en el que está prohibida con pena de guandoca la entrada y el trabajo sin permiso (que nunca se concede) de periodistas extranjeros, sorprende el entusiasmo unánime con que todo el mundo - dependientes de comercios, chóferes, conserjes de hotel, vendedores ambulantes, hombres de negocios...- critica e insulta a Mugabe. Incluso los soldados. "Es que - explica Julius- también tienen que comer".
"El arma más importante del presidente es la ignorancia - comenta Taka, integrante de la etnia ndebele que emigró de Harare hace unos meses para buscarse la vida en Victoria Falls, donde los turistas sudafricanos dejan propinas en rands que, convertidos en dólares de Zimbabue, valen una fortuna-. Las autoridades municipales son antiguos soldados que tienen lavado el cerebro de la gente, convencida de que si no apoyan al régimen, los británicos se harán otra vez con el país, como si ello fuera posible. La única solución es hacerte pasar por uno de los suyos, prometerles el voto y, una vez en las urnas, dárselo a la oposición".
Los números hablan por sí solos: la expectativa de vida no llega a 40 años, la inflación oficial es del 8.000% (la real se estima en el 150.000%, la mayor de la historia en cualquier lugar del mundo), y ni siquiera esa cifra significa nada ante la falta de dinero en circulación. La Reserva Federal de Zimbabue acaba de emitir nuevos billetes de uno, cinco y diez millones de dólares locales. Los precios cambian cada hora. Para comprar cualquier cosa - en el caso improbable de que se venda- hace falta ir con una bolsa cargada de fajos de billetes. Los hospitales exigen dinero por anticipado - mediante transferencias que tardan hasta tres y cuatro días- para realizar una intervención. Los cortes de luz interrumpen las operaciones a medias. Hace tres años que no hay gasolina en la estación de servicio de Victoria Falls. La librería está clausurada. Los precios cambian cada hora. Las colas para subir al autobús son tan grandes que los conductores multiplican las tarifas por cinco, sólo admiten a quienes pagan y se embolsan la diferencia. Con el presupuesto de hace siete años para las obras inacabadas del aeropuerto hoy sólo se pueden comprar dieciséis barras de pan.
En Zimbabue todo el mundo es millonario. Un periódico cuesta dos millones de dólares, un filete de buey cien millones. Se considera normal que un turista deje una propina de diez millones (que no llega a cuatro euros y apenas sirve para comprar un manojo de plátanos). "El problema es que un sueldo medio no pasa de los veinte millones", cuenta Dakarai a la puerta de su modesta vivienda de ladrillo en una barriada de Victoria Falls alejada de los turistas, entre el ladrido de perros hambrientos y los esqueletos de coches desguazados, pero llena de parabólicas que cuestan cien dólares EE. UU. en Gabarone y la suscripción mensual tanto como el alquiler de una vivienda.
Dakarai es un millonario de Mugabe que se puede ganar la vida en divisas (el sueño de cualquiera) gracias a que habla perfecto inglés y tiene un coche propio. Aun así los ingresos sólo le dan para alquilar una habitación para él, su mujer y sus dos hijos y compartir la cuota de la antena parabólica que permite ver los partidos de las ligas inglesa, italiana y española. "El Barça va cerocero con el Mallorca a los veinte minutos del primer tiempo, no está jugando demasiado bien", explica tras entrar un momento en casa para dejar una botella de Coca-Cola, unas patatas fritas y una docena de barras de pan que ha comprado en Botsuana (va a congelar la mayoría), aprovechando que llevaba a un grupo de turistas al parque nacional de Chobe.
"Shhhh - dice Dephne, corredora de la bolsa de Harare, cuando se avista el puesto fronterizo que separa Victoria Falls de Zambia-. Este es el único sitio donde no se puede hablar, todos los aduaneros son de los servicios de inteligencia". Una vez en el país vecino, tras dejar atrás una cola de camiones que espera cuatro días para pasar los trámites, la especuladora financiera resume su brutal relato, y eso que pertenece a la clase media acomodada cada vez más escasa: "El Estado es el principal cliente del mercado oscuro, porque no existe otra economía. No hay dinero porque los precios suben más deprisa de lo que la Reserva Federal puede imprimir billetes. La única manera de sobrevivir como empresario es llevar una contabilidad ficticia para que nunca haya efectivo, porque se evapora. Comprar y vender electrónicamente. Todos los comercios y compañías sufren pérdidas desde hace meses, pero si cierras te expones a ser expropiado, es un círculo vicioso".
El sueldo de Salomón, su marido y vicepresidente de una empresa de exportación e importación de Harare, de la etnia shona, es de mil ochocientos millones de dólares de Zimbabue al mes (casi dos mil euros al cambio real), pero el de sus empleados no llega a veinte dólares norteamericanos. "Les ayudamos a conseguir azúcar, harina y café a precios de coste, ya que podemos comprar al por mayor - explica-, y les proporcionamos el transporte, en caso contrario no vienen a trabajar, no les compensa".
El rumor es cierto, y el tren de Bulawayo - con sus vagones azules construidos en la Inglaterra de los cincuenta, paneles de madera de caoba y el viejo logotipo colonial de Ferrocarriles de Rodesia inscrito todavía en las ventanas- efectivamente ha descarrilado. Otro día sin pan ni café. La multitud se disuelve resignada, y regresa a sus faenas cotidianas en un país destrozado donde sobrevivir es ya una victoria. "Que el Señor se lleve pronto a Mugabe", pide Julius tras un largo silencio perturbado sólo por el rugido de las cataratas Victoria, mientras señala con su dedo pulgar al infinito cielo africano.
Fuente. La Vanguardia.es