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Graciano Palomo
Graciano Palomo
Lo veníamos diciendo: la caída demoscópica del PSOE coincide con los primeros síntomas de que aunque el PIB crezca por encima del 3% la economía del hombre de la calle comienza a resentirse.
6 de diciembre de 2006. En muchos aspectos, aunque salvando las distancias y el tiempo, la actual situación general de España me recuerda mucho aquellos años gloriosos del Siglo de Oro, cuando el país dejaba jirones de su Imperio y los ciudadanos –entonces súbditos- vivían malamente mientras los dirigentes rompían y rasgaban. Al pueblo lleno se le compensaba con las "comedias" como manera de que perdieran de vista lo que a los políticos les preocupaba. Ahora la telebasura se les inyecta mayoritariamente en vena. Mientras siga coleando Isabel Pantoja no habrá que preocuparse por la ruptura de la unidad nacional, la violación de derechos fundamentales básicos y el encarecimiento insufrible de la vivienda y otros servicios imprescindibles en una sociedad avanzada.
La macro va bien, la micro no tanto
Llevo ya meses anunciando –a veces no con excesivo éxito- respecto a que no es oro todo lo que reluce en cuestiones económicas. El Gobierno está salvando los muebles gracias al crecimiento sostenido de la macroeconomía en torno al 3% (que es una buena cifra dadas las circunstancias), pero ello no se puede extrapolar necesariamente a la calidad de vida de los españoles y mucho menos a su bonanza económica micro. No.
Cuando uno visita un mercado cualquiera se percatará de que una inmensa mayoría de ciudadanos mira el céntimo; si se analizan con detenimiento las encuestas (las serias y creíbles, porque también en este campo hay mucha cosa poco buena) se puede concluir que no hay campanas por quienes doblar.
Si el crecimiento es sostenido y fuerte, no es menos cierto que el modelo se asienta casi exclusivamente sobre el "ladrillo" –que da sus bocanadas finales-, mientras la economía productiva no levanta cabeza: ahí está el insufrible déficit comercial, esto es, lo que producimos y somos capaces de vender en los difíciles mercados exteriores, que son al fin y al cabo la prueba del diez del valor económico y productivo de un país.
Pero, ¡ojo! Porque muchos sueños rotos pueden ser desgraciablemente actualidad.
El "boom" de la vivienda, que supuso la creación de muchos puestos de trabajo y dinero contante y sonante, se gripa. Muchos españoles se uncieron a una hipoteca que en los lustros anteriores era fácil de pagar por el bajo precio del dinero. Las cosas ya no son iguales. Y ese de más que los españolitos(as) tiene que pagar mensualmente a sus bancos se nota. Y mucho. Las economías familiares se resienten en el consumo, que ha sido otro factor esencial para mantener el crecimiento de los últimos años, y gracias a ese consumo las fábricas y los mercados han podido crecer y mantener el tipo.
Las cosas ya no son iguales. Las grandes superficies se quejan de que sus cajas facturan menos; los fabricantes de automóviles, de que los coches ya no se venden como antes; los restaurantes tienen muchas mesas vacías (otros cierran); los libros (dicen que son caros) cada vez se venden menos…Resumiendo: que hay una desaceleración clara de la economía interna.
Ya no son futuribles de los gurús con sus bolas de cristal en las grandes universidades o de los servicios de estudios de las entidades financieras. Son datos reales y fácticos. Los bancos no tienen reparo ya en afirmar que empieza a resurgir la jovenlandesesidad.
Efectos electorales
Me consta que las cabezas más responsables del Gobierno están preocupadas. Muy preocupadas. El vicepresidente Pedro Solbes –que sigue alucinando con lo que le rodea en la mesa del Consejo de Ministros- tiene la esperanza de que el derrumbe no se produzca hasta que haya jubilado la cartera de Economía. El que venga detrás, que arree.
No deja de ser coincidente que el presunto repunte electoral del PP –por la desafección contra el PSOE-empiece a producirse cuando la microeconomía se tuerce. Verde y con asas.
Porque si el increíble e irresponsable camino tomado por el presidente Rodríguez Zapatero en la cuestión territorial pone los pelos de punta a sus propios partidos, tengo para mí que si la crisis económica asoma el morro con sus colmillos visibles, será entonces cuando Mariano Rajoy (que no dedica ni un segundo a estos asuntos tan decisivos y que son los que realmente preocupan e interesan a los españoles) vea el final de su particular túnel.
Estará en su derecho, pero aspiro a que en mi país la oposición no grite aquello tan antipatriótico como añejo: "¡Cuanto peor, mejor!".