Cosmopaleto
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Estoy leyendo la biografía de Steve Jobs y me he sentido identificado con esta parte que copio y pego a continuación:
El que se sienta identificado que cuente su historia, y el que no pues a trolear.
A mi me ocurrió de esta forma: estaba en preescolar y me llamaba la atención que los compañeros de clase siempre estaban preguntando y pidiendo que volvieran a explicar cosas que me parecían facilísimas. No me entraba en la cabeza que no lo hubieran entendido, presuponía que los niños entendían todo igual que yo y era alguna treta para perder el tiempo hasta la hora de salir. Algo que tuve claro desde que recuerdo, por mera observación es que los demás eran más vagos que yo, no les gustaba pensar, leer o tener que hacer cosas así que me parecía coherente. Pero un día se justó una masa crítica de experiencias, y la idea dejó de sostenerse. Pensé... ¿y si son distintos de mí....? ¿y si yo soy distinto de ellos? Creo que por los motivos que sea (genética, entorno, azar) igual que algunos tienen la disciplina de hacer culturismo y desarrollar unos músculos enormes aunque en teoría cualquiera podría hacerlo, también algunas personas tienen desde su infancia un hábito de pensar que acaba desarrollando una inteligencia brillante.Al igual que la mayoría de los niños, Jobs se vio arrastrado por las pasiones de los
adultos que lo rodeaban. «Casi todos los padres del barrio se dedicaban a cosas
fascinantes, como los paneles fotovoltaicos, las baterías o los radares —recordaba
—. Yo crecí asombrado con todo aquello, y le preguntaba a todo el mundo por esos
temas». El vecino más importante de todos, Larry Lang, vivía siete casas más abajo.
«Él era para mí el modelo de todo lo que debía ser un ingeniero de Hewlett-Packard:
un gran radioaficionado, apasionado hasta la médula por la electrónica. Me traía
cachivaches para que jugara con ellos». Mientras nos acercábamos a la vieja casa de
Lang, Jobs señaló la entrada. «Cogió un micrófono de carbón, unas baterías y un
altavoz y los colocó ahí. Me hizo hablarle al micrófono y el sonido salía amplificado
por el altavoz». El padre de Jobs le había enseñado que los micrófonos siempre
necesitaban un amplificador electrónico. «Así que me fui corriendo a casa y le dije a
mi padre que se había equivocado».
«No, necesita un amplificador», repitió su padre. Y cuando Steve le aseguró que
no era cierto, su padre le dijo que estaba loco. «No puede funcionar sin un
amplificador. Tiene que haber algún truco».
«Yo seguí diciéndole a mi padre que no, que tenía que ir a verlo, y cuando por fin
vino conmigo y lo vio, exclamó: “Esto era lo que me faltaba por ver”».
Jobs recordaba este incidente con claridad porque fue la primera ocasión en que
se dio cuenta de que su padre no lo sabía todo. En ese momento, empezó a
descubrir algo todavía más desconcertante: era más listo que sus padres. Siempre
había admirado la competencia y el sentido común de su padre. «No era un hombre
cultivado, pero siempre había pensado que era tremendamente listo. No leía
demasiado, pero podía hacer un montón de cosas. Podía arreglar casi cualquier
artilugio mecánico». Sin embargo, según Jobs, el episodio del micrófono de carbón
desencadenó un proceso que alteró su impresión anterior al ser consciente de que
era más inteligente y rápido que sus padres. «Aquel fue un momento decisivo que se
me quedó grabado en la mente. Cuando me di cuenta de que era más listo que mis
padres, me sentí enormemente avergonzado por pensar algo así. Nunca olvidaré
aquel momento». Este descubrimiento, según relató posteriormente a sus amigos,
junto con el hecho de ser adoptado, le hizo sentirse algo apartado —desapegado y
separado— de su familia y del mundo.
El que se sienta identificado que cuente su historia, y el que no pues a trolear.