Survivalistas: preparados para lo peor

Caledonia

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Survivalistas: preparados para lo peor

En el sótano de su casa, en un rincón perdido de la campiña estadounidense, James W Rawles almacena una montaña de víveres capaz de alimentar a su familia durante tres años. De vez en cuando, un vecino echa un vistazo a su despensa XXL y se burla de su paranoia galopante. Pero Rawles siempre reacciona de la misma forma: primero le ríe la gracia, pero la siguiente vez que visita el supermercado añade otro par de cajas a su almacén. «Estoy convencido de que los que ahora se cachondean de mí serán los primeros que me suplicarán ayuda cuando las cosas se tuerzan, explica.
Rawles forma parte de una tribu que gana adeptos día tras día: los «survivalistas». Espantados por las infinitas convulsiones que amenazan nuestro mundo (la recesión, la gripe A, el cambio climático), cada vez más personas dedican sus ratos libres a prepararse para lo peor. Los principiantes cultivan huertos caseros o compran pastillas potabilizadoras; los más frikis construyen refugios en lugares remotos, acumulan reservas de oro o aprenden a construir armas con sus propias manos. Lo que sea para subsistir si el destino nos tiene preparado un mundo a lo «Mad Max».
No solo sectas
Hasta ahora, el «survivalismo» era patrimonio exclusivo de los miembros de sectas apocalípticas o de los adictos a la ciencia-ficción. Sin embargo, en los últimos tiempos esta tendencia se ha extendido a todo tipo de sectores sociales, sobre todo en EE UU. Allí, las ventas de material de emergencia se han disparado un 70 por ciento en el último año y los libros de supervivencia copan los primeros puestos de las listas.
Además, la Red está repleta de webs donde millones de «survivalistas» intercambian consejos de todo pelaje. «El bombardeo de titulares preocupantes hace que la gente se dé cuenta de lo inestable que es nuestro sistema social», dice MD Creekmore, editor de «The Survivalist Blog», una de las páginas más populares sobre la materia.
La angustia es palpable en las discusiones de los «survivalistas» en internet: la mayoría son americanos, aunque también abundan los canadienses, los escandinavos e incluso una pequeña colonia de españoles. Unos preguntan si las pastillas son eficaces para potabilizar el agua de las piscinas. Otros cuelgan listas de las especies de insectos más nutritivas. Mientras, un novato pide consejo sobre cómo gastarse los 2.000 euros de su paga extra en su primer equipamiento de supervivencia. Tras recibir decenas de ideas, anuncia su conclusión: comida para tres meses, un filtro de agua profesional y un pequeño generador eléctrico. «Es un buen comienzo, pero sólo eso: no te descuides», le advierten los más veteranos.
En realidad, el «survivalismo» no es un invento actual. El movimiento surgió en los años 60, cuando miles de personas construyeron refugios nucleares en sus jardines. Eran los años de la Guerra Fría y las propias autoridades recomendaban a los ciudadanos que se protegieran como pudiesen de los misiles soviéticos. En esa época, acumular latas de alubias en el sótano se convirtió en un ritual tan americano como organizar barbacoas en verano.
La primera edad de oro
Sin embargo, el temido Armagedón no se materializó y la ansiedad popular se fue atemperando. Tras la caída de la URSS, sólo los más paranoicos siguieron renovando sus despensas de emergencia. Y así siguió hasta finales de los 90, cuando arrancó la segunda edad de oro del «survivalismo». ¿El detonante? El cacareado «efecto 2000», que reavivó los temores de los más perturbados. Desde entonces, la fiebre no ha parado de crecer: primero fueron los atentados del 11-S, luego el cambio climático, después el desastre del Katrina y, finalmente, la puntilla de la recesión global y la esa época en el 2020 de la que yo le hablo de gripe A.
De hecho, lo más llamativo del «nuevo survivalismo» es la diversidad de sus angustias. Para Frank Furedi, catedrático de Sociología y autor del ensayo «La cultura del miedo», en los 60 sí que existía un peligro real: una guerra nuclear entre EE UU y la URSS. Ahora, sin embargo, nuestra imaginación transforma cualquier contratiempo en una amenaza para nuestra supervivencia. «Hemos perdido el sentido de proporción histórica», denuncia. «En vez de tratar la gripe como un problema sanitario, la tratamos como si fuera el Apocalipsis. Y lo mismo con el terrorismo, el calentamiento global, la crisis ...».
En su opinión, el auge del «survivalismo» es un síntoma de una sociedad atenazada por la ansiedad. La acumulación de latas, baterías y filtros de agua sería su forma de digerir su incertidumbre. «Así ellos se sienten jovenlandesalmente superiores a los millones de idiotas que no sentimos la necesidad de pasarnos la vida preparándonos para el fin del mundo», se burla.
Hace mucho que a Rawles dejaron de hacerle mella estas críticas. Antes de convertirse en el «survivalista» más influyente del mundo, trabajó en los servicios de inteligencia del Ejército estadounidense, donde escribía informes sobre países del Tercer Mundo. Así fue como cinceló su actual filosofía de vida: que la civilización occidental es mucho más frágil de lo que imaginamos. «La recesión ha demostrado que la sociedad moderna es una enorme cadena de interdependencias», explica. «Todos los eslabones de la cadena dependen de que los demás se mantengan íntegros. Y un fallo en uno de ellos, como las hipotecas “subprime”, provoca enormes daños a toda la cadena».
Por eso, Rawles decidió mudarse junto a su familia a un lugar remoto de las Montañas Rocosas en el que ni siquiera hay cobertura de móvil. Con su pila de latas, su colección de rifles y sus gafas de visión nocturna, cree que está listo para cualquier imprevisto. Y, además, ha convertido su proselitismo «survivalista» en un jugoso negocio. Publica «bestsellers», ofrece asesoramiento por teléfono (fijo, eso sí) por cien dólares a la hora y edita «Survival Blog», la web más leída de este mundillo. Lo único que rechaza es que se revele la ubicación exacta de su refugio. «No quiero que el día de la catástrofe esto se llene de cámaras de televisión y de personas pidiéndome ayuda», se excusa.
Rawles, de 48 años, baraja infinitos escenarios catastróficos, desde el choque de un asteroide hasta el colapso de la producción de petróleo o un ataque terrorista que haga palidecer al 11-S. Sin embargo, dos le preocupan especialmente: una esa época en el 2020 de la que yo le hablo de gripe más virulenta que la actual y una crisis bancaria que desencadene un «corralito» a escala global. «Seré el primero en alegrarme si no tengo que usar mi equipo de emergencia, pero me temo que no será así», explica.
Para los críticos del «survivalismo», esta actitud de extrema cautela resulta contraproducente. La obsesión por las catástrofes genera ansiedad, paranoia y desconfianza hacia las autoridades, que deberían encabezar la respuesta ante cualquier hecho imprevisto. Por eso, los gobiernos ya no incentivan estos comportamientos como en los 60: en EE UU, la recomendación oficial es que todas las casas tengan comida para tres días. «Si sólo te preparas para lo peor, dejas de disfrutar de la vida, a no ser que tu velada ideal sea contar las latas de judías de tu despensa», dice Furedi.
La ley del cinco por ciento
Sin embargo, los «survivalistas» rechazan estas acusaciones. Y aseguran que su movimiento cuenta con reclutas de lujo como Barton M. Biggs, ex jefe de estrategia global del banco Morgan Stanley, que ha publicado un exitoso libro sobre el asunto, «Riqueza, Guerra y Sabiduría». En él, recomienda que las familias acomodadas dediquen el cinco por ciento de sus ingresos a construir un refugio de emergencia. «Debe ser un lugar autosuficiente y que permita cultivar comida», explicó a la BBC. «Hay que acumular semillas, fertilizante, medicinas, ropa y latas de comida.. No es un plan “survivalista”, es simplemente sensato».
Algunos les consideran un peligro público, pero ellos opinan justo lo contrario: los verdaderos irresponsables son quienes no se preparan para la catástrofe. Al acumular provisiones ahora, argumentan, habrá más provisiones para el resto cuando sea necesario.» Nosotros no asaltaremos mercados ni mataremos por comida», explica Norman Church, otro «survivalista» estadounidense. «No seremos un riesgo para la policía ni un lastre para las autoridades sanitarias. La gente nos critica porque se sienten culpables: nuestra labor les recuerda lo frágil que es su estilo de vida».
Mientras tanto, Rawles sigue añadiendo cajas y más cajas a su montaña de comida. Es un devoto cristiano y asegura que, si llega el momento de tirar de despensa, se sentirá obligado a alimentar a sus vecinos. Y, justo antes de colgar, sugiere que el reportero experimente en carne propia una «minicatástrofe» simulada. «Este viernes, métete en casa y corta el agua, la luz y el gas hasta el domingo», dice. «¿Cómo alimentarás a tu familia? ¿Cómo asearás a tus hijos? ¿Cómo te enteras de lo que pasa en el exterior? Así te darás cuenta de que sobrevivir no es tan sencillo como te crees».


Manual de supervivencia
El credo «survivalista» es simple: toda precaución es poca. Los más frikis llegan a extremos insospechados, como guardar sus provisiones en cajas antirradiación para protegerlas. Pero según James W. Rawles (dcha), prepararse para una catástrofe es sencillo. Éstos son sus consejos para quienes temen el fin del mundo.

- Acumule una buena despensa. Por cada lata que necesite, compre otra y guárdela en un lugar seguro.

- Compre filtros de agua o pastillas purificadoras. Así podrá beber de ríos, charcos
e incluso piscinas.

- Si puede, instale una fuente de energía en su casa: un panel solar o una veleta eólica. Tampoco está de más cultivar su propio huerto.


- Un botiquín completo resulta esencial, pero no sirve de nada sin nociones de primeros auxilios: apúntese a un cursillo.

- Hay que disponer de dinero en efectivo por si los cajeros dejan de funcionar. Y, para nota, acumular una pequeña reserva de metales preciosos.

- El mejor experimento: enciérrese en casa un fin de semana sin agua, luz ni gas. Vea qué problemas le surgen y trate de arreglarlos.

Y vosotros, ¿estáis llenando ya vuestra despensa?
 
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