Me animo a contaros mi primer y, hasta el momento, único fracaso empresarial del cual, por fortuna, no tomé demasiada parte: un criadero de caracoles.
Año 2006, un conocido, a sabiendas de que en ese momento estaba parado, me propone la idea de crear una granja o criadero de caracoles. Me pongo a buscar información y las referencias en principio son buenas, demasiado buenas. Propietarios que tienen que recurrir a la competencia para poder abastecer a sus clientes, clientes que tienen que recurrir a producto extranjero por la imposibilidad que tienen las empresas españolas de aprovisionarlo, relativa baja inversión inicial, etc. Sin decirle todavía que sí, me informo sobre lo que es la cría de caracol en sí y a priori no parece del todo complicado para una persona que de biología sabe más bien poco. Demasiado fácil pintaba todo, así que le doy el okey al que pasa a ser mi socio y empieza el proyecto.
Pequeña parcela afortunadamente en propiedad de 180 metros cuadrados en un lugar recomendado por la ausencia de depredadores que, sin ir más lejos, varios de ellos son los perros y gatos. Compramos las cajas de crianza, las mallas y, en definitiva, el poco material que se requiere para iniciar la granja. Adquirimos caracoles reproductores italianos que cuestan 10 veces más que los españoles y son exactamente los mismos. Tenemos claro que hasta el segundo año como mínimo no vamos a ver 1 euro, tampoco nos importa puesto que no hemos puesto más de 2.000 € por cabeza. El primer año vemos como la granja comienza a crecer y nos invade la emoción pero llega la época de vender (diciembre) y los caracoles adultos muchos han muerto ya (nacieron demasiado pronto y mueren de viejos), otros recien nacidos (alevines) no son lo suficientemente grandes como para ser vendidos y si vendemos lo que nos queda nos quedamos sin reproductores para el año siguiente. Así que preferimos aguardar otro año y ver si se cumple nuestra cuenta de la lechera: 180 metros cuadrados * 2 kilos de caracoles / metro * una media de 12 €/kg = 4.320 €
Al año siguiente parece que tenemos ya unos 200 kg de caracol "bueno" para vender. No está mal para recuperar poco menos del 50% de la inversión inicial y arrancar. Pero empiezan a surgir las sorpresas: cáscara de caracol quebrada = caracol que no se puede vender. Conseguimos algunos clientes de fuera de la región y hacemos un par de envíos de 20-30 kg, lo demás lo solemos distribuir por bares de la zona. Nos llama un cliente de los que se le ha enviado un cargamento de 30 kg y nos dice que ha pesado los caracoles y les salen 27 kg solamente con el cabreo consiguiente al creer que hemos intentado engañarle. Le devolvemos el dinero y tardamos 3 semanas en darnos cuenta que en el intervalo de tiempo que tarda el caracol en llegar de un sitio a otro se ha deshidratado de tal manera que ha perdido volumen y peso. Algunos bares nos dicen que las mallas llegan en mal estado, descubrimos nuevamente que al colocarlos "al montón" algunos mueren y la baba que suelta resulta tóxica para los demás. Y así podría contar unas 10 incidencias diferentes más...
De los 200 kg acabamos vendiendo y cobrando la mitad, por lo que decidimos dedicarnos más al comercio local. ¿El problema? Los furtivos; gente que se dedica a recoger caracoles silvestres y venderlos en los bares como hacen muchos otros con setas, tellinas, etc. Venden a la mitad del precio de mercado. A los 3 años de haber empezado nos damos cuenta de que éste es un negocio con poco márgen pero con mucho volumen de venta. Lo más triste de todo es que hay demanda y que gran parte del caracol que se consume en España es importado pero éste es un negocio en el que hay que ir con todo, no valen vacilaciones a la hora de "probar". Probar es sinónimo de echar el dinero a la basura porque a fin de cuentas del volumen total de caracoles que se crían únicamente llegan a ser aptos un 30%.
Finalmente las pérdidas no pasaron de los 2.000 €, nos salvó tener la parcela en propiedad.