Enterao
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Marine Le Pen ya ha ganado (aunque es posible que nunca pueda ganar) - elEconomista.es
¿Por qué ha ganado aunque pierda?
Primero y principal, su discurso ha calado. Es obvio que hay una gran parte de la sociedad francesa dispuesta a apoyar sus medidas, su discurso de repruebo y su visión del país. Más allá de ideologías, eso incluye la vuelta al nacionalismo contra la visión europeísta, el señalamiento de la inmi gración como culpable de muchos males y la justificación de medidas propias de otros tiempos.
La exposición mediática de su candidatura y la ingente cantidad de votos obtenidos son el preámbulo de lo que podría venir, aunque no fuera la presidencia: la capilarización del Frente Nacional en Ayuntamientos y regiones, además de en el Parlamento. Quizá nunca tenga el poder Ejecutivo, pero sí pueda hacerse notorio su poder en lo Legislativo y lo municipal.
En segundo lugar, en el peor de los casos será la líder de la oposición, siempre al acecho de la presa. Es verdad que ese rol no tiene el peso mediático que puede tener en España, pero es muy simbólico. Y adquiere importancia, además, por un motivo estructural: Emmanuel Macron es un candidato sin partido, sin estructura de poder bajo sus pies y que, por tanto, sería un presidente inestable para sacar adelante muchas de sus medidas.
Además, los dos partidos tradicionales estarán fuera de combate durante algún tiempo. La sucesión de Hollande y el borrado definitivo del legado de Sarkozy no han surtido efecto a tiempo, y ni Hamon, ni Valls ni Fillon han podido recoger un testigo que no quiso tampoco tomar Juppé. El único candidato con fuerza tras Le Pen será un Melenchon a quien pasará factura su tibieza a la hora de interpretar el papel de hombre de Estado que se le exigía al pedir el voto para Macron en la segunda vuelta.
En tercer lugar, Le Pen parte en una posición de franca ventaja en lo internacional. No se trata sólo de que haya ganado presencia gracias a su paso por las instituciones europeas, sino que cuenta con una poderosa red de contactos más allá de sus fronteras -Trump en EEUU, pilinguin en Rusia, los valedores del Brexit en Reino Unido- que le pueden dar alas. Y en una Europa herida de muerte el estoque no sólo puede dárselo la salida de una de sus madres fundadoras, sino también su inestabilidad y permeabilidad al discurso populista y la injerencia exterior.
Así las cosas, hay buenas y malas noticias: las buenas son que el sistema tiene resortes como para evitar que gobierne Le Pen; las malas son que aunque pierda, y al menos durante un tiempo, en verdad ya ha ganado.
¿Por qué ha ganado aunque pierda?
Primero y principal, su discurso ha calado. Es obvio que hay una gran parte de la sociedad francesa dispuesta a apoyar sus medidas, su discurso de repruebo y su visión del país. Más allá de ideologías, eso incluye la vuelta al nacionalismo contra la visión europeísta, el señalamiento de la inmi gración como culpable de muchos males y la justificación de medidas propias de otros tiempos.
La exposición mediática de su candidatura y la ingente cantidad de votos obtenidos son el preámbulo de lo que podría venir, aunque no fuera la presidencia: la capilarización del Frente Nacional en Ayuntamientos y regiones, además de en el Parlamento. Quizá nunca tenga el poder Ejecutivo, pero sí pueda hacerse notorio su poder en lo Legislativo y lo municipal.
En segundo lugar, en el peor de los casos será la líder de la oposición, siempre al acecho de la presa. Es verdad que ese rol no tiene el peso mediático que puede tener en España, pero es muy simbólico. Y adquiere importancia, además, por un motivo estructural: Emmanuel Macron es un candidato sin partido, sin estructura de poder bajo sus pies y que, por tanto, sería un presidente inestable para sacar adelante muchas de sus medidas.
Además, los dos partidos tradicionales estarán fuera de combate durante algún tiempo. La sucesión de Hollande y el borrado definitivo del legado de Sarkozy no han surtido efecto a tiempo, y ni Hamon, ni Valls ni Fillon han podido recoger un testigo que no quiso tampoco tomar Juppé. El único candidato con fuerza tras Le Pen será un Melenchon a quien pasará factura su tibieza a la hora de interpretar el papel de hombre de Estado que se le exigía al pedir el voto para Macron en la segunda vuelta.
En tercer lugar, Le Pen parte en una posición de franca ventaja en lo internacional. No se trata sólo de que haya ganado presencia gracias a su paso por las instituciones europeas, sino que cuenta con una poderosa red de contactos más allá de sus fronteras -Trump en EEUU, pilinguin en Rusia, los valedores del Brexit en Reino Unido- que le pueden dar alas. Y en una Europa herida de muerte el estoque no sólo puede dárselo la salida de una de sus madres fundadoras, sino también su inestabilidad y permeabilidad al discurso populista y la injerencia exterior.
Así las cosas, hay buenas y malas noticias: las buenas son que el sistema tiene resortes como para evitar que gobierne Le Pen; las malas son que aunque pierda, y al menos durante un tiempo, en verdad ya ha ganado.