pecata minuta
Madmaxista
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Sostenida por su huerta y por el 'boom' de la construcción, Murcia asiste al final de una época dorada. El Correo
Sostenida por su huerta y por el 'boom' de la construcción, Murcia asiste al final de una época dorada
José Carrillo derrama sobre el mostrador del local de empeños todo su ajuar de albañil. Hay dos mazas de goma, un arnés, el atalaje de cuero de encofrador, una llana, una polea metálica y un 'puñao' de llaves de mecánico. Estamos en el Cash Converter ('compramos lo que no utilizas; vendemos lo que necesitas') de la carretera de El Palmar, en las afueras de Murcia. Carrillo, 45 años, «oficial de primera albañil» y vecino de Sangonera la Verde es un tipo acostumbrado a bailar con la más antiestética. «Llevo un año que no pego un golpe», sonríe este murciano enteco con los brazos cosidos a tatuajes, recuerdo de su pasado como legionario paracaidista. «No hay obras; está casi todo parao. A mí me llaman para alguna reforma. Dos o tres días. Na», suspira.
A Carrillo le dan diez euros por sus trastos viejos de obra. «Quítele los dos euros del autobús... Me queda lo justo p'a comer», apunta mientras mete las manos en los bolsillos de sus vaqueros y camina de vuelta a casa o vaya usted a saber dónde. Este superviviente es un símbolo de lo que sucede en la España que apostó por el ladrillo, el becerro de terratoca que se nos ha deshecho entre los dedos. La suya es una venta por derribo.
Murcia, una boyante región sostenida por su huerta y por el turismo, ha visto cómo este verano su tasa de desempleo interanual encabezaba el listado oscuro español: un 48,37% más que en 2007. O lo que es lo mismo, 2.788 personas se sumaron en junio a las listas del desempleo, que viene a ser como la enciclopedia de la desesperación. ¿La causa? Las asesorías laborales que trabajan para los empresarios tienen el diagnóstico tan claro que lo han convertido en una jaculatoria para sus cartas de despido: «Como consecuencia de la grave crisis que padece el sector en el que está encuadrada la empresa, derivada de la falta de trabajo existente (...) y el descenso sostenido en las ventas». La frase encabeza la comunicación de despido a la trabajadora de una tienda de Murcia. Hay horas en que el área comercial de la Nueva Condomina parece un páramo.
Pero eso, en el último año, es un lugar común en media España.
Con los más débiles
Los primeros afectados por la crisis son siempre los más débiles. En Murcia los podemos encontrar cada mañana en El Rollo, a las afueras de la ciudad, junto a la gasolinera de BP. Son una masa compacta de emigrantes sin papeles, de caras angustiadas y camisetas raídas, recién llegados en 'piragoa'. Aguardan a que cualquiera (más bien un tipo sin escrúpulos), se los lleve en una furgoneta para trabajar en una obra o en el campo. Pero eso sucede cada vez menos.
«Nos pagan 40 ó 50 euros por 8 ó 10 horas de trabajo. Eso depende del jefe. Hacemos puras reformas, sin papeles, sin contrato», explica Luis Alberto Llanos, boliviano de Cochabamba, fundas de oro en los dientes delanteros, 37 años y peón para todo. «Esta es nuestra oficina», bromea su paisano Ricardo Rodríguez. Estos cinco hombres morenos y chaparros son una excepción en El Rollo, colonizado por los jovenlandeses. Pero no hay curro para nadie.
«El año pasado veníamos un día y ya, al día siguiente nos llevaban para trabajar», dice Eduardo Edwin. Ahora aguardan a que llegue el 15 de septiembre, cuando empieza la recolección de la mandarina. Cobrarán por caja. Un buen día se irán a casa con los riñones rotos y «45 euros» en el bolsillo, apunta Donald Claure.
Modibo Tonkara, de Malí, escucha a Shakira en su mp3. Tiene los ojos hundidos. Chapurrea francés. Explica que lleva tres meses sin trabajar, un par de días sin comer, que vive sin papeles... Es un hombre delgado y triste que sobrevive con la música.
Lamine Bakhaga, senegalés de Bakel, ha estudiado medicina moderna y espera. Es su quinta mañana en El Rollo. El estruendo de una máquina excavadora domina la escena. Polvo, ruido y angustia.
Si uno recorre la carretera que une Murcia con el aeropuerto de San Javier, la vista se pierde entre chalecitos idénticos. Un mar de grúas sobrevuela el territorio hasta el mar. Hay proyectos de campos de golf, proyectos de parques, proyectos de zoo africano en mitad del secarral. 37º a la sombra. Se ven grandes carteles de Polaris, una promotora con nombre de cohete donde viajarán miles de turistas británicos con aire desamparado. Todo iba bien hasta que, de pronto, se hizo de noche.
La cuesta dura todo el año
«Ahora la cuesta dura todo el año. A mí me quedan 33 años y medio de hipoteca. Así que ya llevo dos años sin vacaciones. ¿Por qué? Porque mi empresa no las paga y entonces gasto lo que no gano. Y no vaya a ser que me vaya y, al volver, no tenga faena». Pedro Navarro, albañil, 32 años, natural de Albacete, resume los temores que anidan en millones de cerebros de obreros (todos los que trabajan con sus manos) de este país. Este hijo de emigrante se sacaba 3.000 euros echando diez horas de faena al día en un mes bueno. Ahora, con su chica embarazada, ve peligros por todas partes. «Por aquí vienen todos los días a pedir trabajo. Por poner un aseo se cobran 3.000 euros, pero llegan dos rumanos y te lo hacen por 1.000. Así están las cosas», dice. «Si eres bueno y llega otro que, siendo menos bueno, cobra 600 euros menos que tú... Yo también lo haría», dice.
Su empresa, gestionada por Javier Bernal, con negocios de ferralla, empleaba a quince personas. «Hoy habemos cinco. Dos rumanos, dos de Mula y, aquí, el primo».
Obreros como Pedro Navarro se despachan a la hora del bocadillo unos vasos de revuelto (aguardiente con moscatel) en el Mesón Florida. «Hay que amoldarse a la situación», dice Javier Hurtado, compañero de Navarro.
Un ejemplo, en Murcia hubo el pasado año nada menos que 110.000 trabajadores empleados en la construcción. Una burrada. Las zonas costeras (Totana, Alhama y pedanías de Cartagena) han sido objeto de grandes y sonoras recalificaciones al servicio de proyectos del Grupo Trampolín y de sociedades inmobiliarias inglesas, apuntan fuentes sindicales. En Yecla y Jumilla se han parado ya obras tras la suspensión de pagos de la constructora San José. El impago de salarios es moneda corriente. «Los bancos han paralizado los préstamos promocionales a las promotoras», apunta Juan Fernández, de Comisiones Obreras Murcia. «Las obras y los terrenos estaban sobrevalorados. El sistema era sencillo: el banco daba dinero al constructor y éste inducía a los compradores a pedir la hipoteca. El banco sacaba dinero dos veces: una, del constructor; otra de las hipotecas de los dueños que aprovechaban el dinero barato para comprar coche y muebles. Todo eso se ha acabado», cabecea Fernández. «Muchas son empresas de piratas, pistoleros que dejan a su gente en la calle», se enfada.
«Yo pienso en despedir»
Cristina A. es una empleada temporal de banca murciana, recién despedida a cuenta de la crisis. «Desde marzo empezamos a ver muchos problemas en las empresas que eran buenos clientes y atendían bien los pagos. De repente no pudieron hacer frente a sus compromisos. En mi oficina he visto a mucha gente desesperada. Cuando una constructora cae, arrastra a todos los demás. A la gente normal ya no le llega con la nómina y viene a pedir dinero para llegar a fin de mes. Hace un año -recuerda Cristina- dábamos las tarjetas de crédito sin preguntar. Ahora ya no».
Otro ejemplo, Murcia, una región agrícola y trabajadora, proporcionaba desde los años 60 mano de obra para la vendimia. Con la construcción, esa migración de temporeros nacionales acabó. En 2008 ha habido ya 500 solicitudes para vendimiar en Francia.
Pedro Martínez emplea a 20 personas. Hace barandillas y ventanas para viviendas. Aluminio, hierro, acero inoxidable. Habla delante de una obra medio parada. «Hemos tenido ocho o diez años buenos, un ciclo muy largo. Ahora, pufff, se ha desinflado. Pero en Murcia ha habido trabajo para mucha gente, muchos pagapensiones, porque sólo con españoles no era posible. Hemos sido un gran motor. ¿Soluciones? Que la comunidad autónoma y el Gobierno liberen suelo para vivienda pública. Yo pienso en recortar trabajadores», dice, sin medias tintas. Aquí no funciona eso del empresario como creador de riqueza y demás zarandajas. Aquí han necesitado mano de obra, la han conseguido (sin mirar pasaportes) y, ahora, con los bolsillos llenos, que otros se ocupen de saber qué les pasa, de dar educación a sus hijos y médicos a su familia. «Si tengo diez obreros gano menos que con quince. Pero si no hay trabajo y tengo que despedir, despido. No voy a arriesgar ahora el dinero que he ganado», dice Martínez. «Para mí no me va a faltar».
Sostenida por su huerta y por el 'boom' de la construcción, Murcia asiste al final de una época dorada
José Carrillo derrama sobre el mostrador del local de empeños todo su ajuar de albañil. Hay dos mazas de goma, un arnés, el atalaje de cuero de encofrador, una llana, una polea metálica y un 'puñao' de llaves de mecánico. Estamos en el Cash Converter ('compramos lo que no utilizas; vendemos lo que necesitas') de la carretera de El Palmar, en las afueras de Murcia. Carrillo, 45 años, «oficial de primera albañil» y vecino de Sangonera la Verde es un tipo acostumbrado a bailar con la más antiestética. «Llevo un año que no pego un golpe», sonríe este murciano enteco con los brazos cosidos a tatuajes, recuerdo de su pasado como legionario paracaidista. «No hay obras; está casi todo parao. A mí me llaman para alguna reforma. Dos o tres días. Na», suspira.
A Carrillo le dan diez euros por sus trastos viejos de obra. «Quítele los dos euros del autobús... Me queda lo justo p'a comer», apunta mientras mete las manos en los bolsillos de sus vaqueros y camina de vuelta a casa o vaya usted a saber dónde. Este superviviente es un símbolo de lo que sucede en la España que apostó por el ladrillo, el becerro de terratoca que se nos ha deshecho entre los dedos. La suya es una venta por derribo.
Murcia, una boyante región sostenida por su huerta y por el turismo, ha visto cómo este verano su tasa de desempleo interanual encabezaba el listado oscuro español: un 48,37% más que en 2007. O lo que es lo mismo, 2.788 personas se sumaron en junio a las listas del desempleo, que viene a ser como la enciclopedia de la desesperación. ¿La causa? Las asesorías laborales que trabajan para los empresarios tienen el diagnóstico tan claro que lo han convertido en una jaculatoria para sus cartas de despido: «Como consecuencia de la grave crisis que padece el sector en el que está encuadrada la empresa, derivada de la falta de trabajo existente (...) y el descenso sostenido en las ventas». La frase encabeza la comunicación de despido a la trabajadora de una tienda de Murcia. Hay horas en que el área comercial de la Nueva Condomina parece un páramo.
Pero eso, en el último año, es un lugar común en media España.
Con los más débiles
Los primeros afectados por la crisis son siempre los más débiles. En Murcia los podemos encontrar cada mañana en El Rollo, a las afueras de la ciudad, junto a la gasolinera de BP. Son una masa compacta de emigrantes sin papeles, de caras angustiadas y camisetas raídas, recién llegados en 'piragoa'. Aguardan a que cualquiera (más bien un tipo sin escrúpulos), se los lleve en una furgoneta para trabajar en una obra o en el campo. Pero eso sucede cada vez menos.
«Nos pagan 40 ó 50 euros por 8 ó 10 horas de trabajo. Eso depende del jefe. Hacemos puras reformas, sin papeles, sin contrato», explica Luis Alberto Llanos, boliviano de Cochabamba, fundas de oro en los dientes delanteros, 37 años y peón para todo. «Esta es nuestra oficina», bromea su paisano Ricardo Rodríguez. Estos cinco hombres morenos y chaparros son una excepción en El Rollo, colonizado por los jovenlandeses. Pero no hay curro para nadie.
«El año pasado veníamos un día y ya, al día siguiente nos llevaban para trabajar», dice Eduardo Edwin. Ahora aguardan a que llegue el 15 de septiembre, cuando empieza la recolección de la mandarina. Cobrarán por caja. Un buen día se irán a casa con los riñones rotos y «45 euros» en el bolsillo, apunta Donald Claure.
Modibo Tonkara, de Malí, escucha a Shakira en su mp3. Tiene los ojos hundidos. Chapurrea francés. Explica que lleva tres meses sin trabajar, un par de días sin comer, que vive sin papeles... Es un hombre delgado y triste que sobrevive con la música.
Lamine Bakhaga, senegalés de Bakel, ha estudiado medicina moderna y espera. Es su quinta mañana en El Rollo. El estruendo de una máquina excavadora domina la escena. Polvo, ruido y angustia.
Si uno recorre la carretera que une Murcia con el aeropuerto de San Javier, la vista se pierde entre chalecitos idénticos. Un mar de grúas sobrevuela el territorio hasta el mar. Hay proyectos de campos de golf, proyectos de parques, proyectos de zoo africano en mitad del secarral. 37º a la sombra. Se ven grandes carteles de Polaris, una promotora con nombre de cohete donde viajarán miles de turistas británicos con aire desamparado. Todo iba bien hasta que, de pronto, se hizo de noche.
La cuesta dura todo el año
«Ahora la cuesta dura todo el año. A mí me quedan 33 años y medio de hipoteca. Así que ya llevo dos años sin vacaciones. ¿Por qué? Porque mi empresa no las paga y entonces gasto lo que no gano. Y no vaya a ser que me vaya y, al volver, no tenga faena». Pedro Navarro, albañil, 32 años, natural de Albacete, resume los temores que anidan en millones de cerebros de obreros (todos los que trabajan con sus manos) de este país. Este hijo de emigrante se sacaba 3.000 euros echando diez horas de faena al día en un mes bueno. Ahora, con su chica embarazada, ve peligros por todas partes. «Por aquí vienen todos los días a pedir trabajo. Por poner un aseo se cobran 3.000 euros, pero llegan dos rumanos y te lo hacen por 1.000. Así están las cosas», dice. «Si eres bueno y llega otro que, siendo menos bueno, cobra 600 euros menos que tú... Yo también lo haría», dice.
Su empresa, gestionada por Javier Bernal, con negocios de ferralla, empleaba a quince personas. «Hoy habemos cinco. Dos rumanos, dos de Mula y, aquí, el primo».
Obreros como Pedro Navarro se despachan a la hora del bocadillo unos vasos de revuelto (aguardiente con moscatel) en el Mesón Florida. «Hay que amoldarse a la situación», dice Javier Hurtado, compañero de Navarro.
Un ejemplo, en Murcia hubo el pasado año nada menos que 110.000 trabajadores empleados en la construcción. Una burrada. Las zonas costeras (Totana, Alhama y pedanías de Cartagena) han sido objeto de grandes y sonoras recalificaciones al servicio de proyectos del Grupo Trampolín y de sociedades inmobiliarias inglesas, apuntan fuentes sindicales. En Yecla y Jumilla se han parado ya obras tras la suspensión de pagos de la constructora San José. El impago de salarios es moneda corriente. «Los bancos han paralizado los préstamos promocionales a las promotoras», apunta Juan Fernández, de Comisiones Obreras Murcia. «Las obras y los terrenos estaban sobrevalorados. El sistema era sencillo: el banco daba dinero al constructor y éste inducía a los compradores a pedir la hipoteca. El banco sacaba dinero dos veces: una, del constructor; otra de las hipotecas de los dueños que aprovechaban el dinero barato para comprar coche y muebles. Todo eso se ha acabado», cabecea Fernández. «Muchas son empresas de piratas, pistoleros que dejan a su gente en la calle», se enfada.
«Yo pienso en despedir»
Cristina A. es una empleada temporal de banca murciana, recién despedida a cuenta de la crisis. «Desde marzo empezamos a ver muchos problemas en las empresas que eran buenos clientes y atendían bien los pagos. De repente no pudieron hacer frente a sus compromisos. En mi oficina he visto a mucha gente desesperada. Cuando una constructora cae, arrastra a todos los demás. A la gente normal ya no le llega con la nómina y viene a pedir dinero para llegar a fin de mes. Hace un año -recuerda Cristina- dábamos las tarjetas de crédito sin preguntar. Ahora ya no».
Otro ejemplo, Murcia, una región agrícola y trabajadora, proporcionaba desde los años 60 mano de obra para la vendimia. Con la construcción, esa migración de temporeros nacionales acabó. En 2008 ha habido ya 500 solicitudes para vendimiar en Francia.
Pedro Martínez emplea a 20 personas. Hace barandillas y ventanas para viviendas. Aluminio, hierro, acero inoxidable. Habla delante de una obra medio parada. «Hemos tenido ocho o diez años buenos, un ciclo muy largo. Ahora, pufff, se ha desinflado. Pero en Murcia ha habido trabajo para mucha gente, muchos pagapensiones, porque sólo con españoles no era posible. Hemos sido un gran motor. ¿Soluciones? Que la comunidad autónoma y el Gobierno liberen suelo para vivienda pública. Yo pienso en recortar trabajadores», dice, sin medias tintas. Aquí no funciona eso del empresario como creador de riqueza y demás zarandajas. Aquí han necesitado mano de obra, la han conseguido (sin mirar pasaportes) y, ahora, con los bolsillos llenos, que otros se ocupen de saber qué les pasa, de dar educación a sus hijos y médicos a su familia. «Si tengo diez obreros gano menos que con quince. Pero si no hay trabajo y tengo que despedir, despido. No voy a arriesgar ahora el dinero que he ganado», dice Martínez. «Para mí no me va a faltar».