En la Rumanía de los años sesenta, tras muchos años de neomalthusianismo oficial, Nicolai Ceaucescu decidió que el país se había equivocado. Como en tantos otros países comunistas en la época del baby boom, se había favorecido el control de la fecundidad, legalizado el aborto (que se practicaba de forma gratuita y en clínicas estatales) y la producción e importación de nuevos anticonceptivos, agilizado el divorcio, fomentado la igualdad laboral y familiar entre sexos.
Pero el posterior descenso de la fecundidad fue interpretado como una catástrofe nacional, y en 1966 se inició una campaña natalista intensa y coercitiva, con medidas radicalmente opuestas a las anteriores. Algunas de las más llamativas fueron las siguientes:
Prohibición de los anticonceptivos, que no podían fabricarse ni importarse desde otros países
Prohibición del aborto para todas las mujeres con menos de cuatro hijos o menos de 45 años
Obligación de exámenes ginecológicos mensuales que detectasen cualquier intento de impedir el embarazo (se llegó al extremo de implantarlos en las propias empresas donde hubiese trabajadoras).
Los resultados son visibles en el gráfico.
Tanto el gráfico como los detalles estadísticos y legislativos de este caso extraordinario pueden encontrarse en
Berelson, B. (1979), “Romania’s 1966 anti-abortion decree: the demographic experience of the first decade”,
en Population Studies, 33 (2): 209-222.
En efecto, al cabo de un año la natalidad se había duplicado, pero el impacto fue sólo momentáneo y a los pocos años la población había adoptado otros medios para reducir la natalidad, como el tradicional retraso del matrimonio o simplemente renunciar a casarse, pero también mediante abortos ilegales, frecuentemente sin equipamiento ni atención médica que incrementaron notablemente la mortalidad femenina. También el abandono infantil aumentó de forma sensible, a la vez que la mortalidad infantil iniciaba un empeoramiento tristemente histórico. La paradoja de todo este asunto, casi con moraleja, es que estas pocas generaciones sobredimensionadas, que alcanzaron edades juveniles arrastrando un fuerte desequilibrio con los recursos existentes (formativos, de vivienda, laborales), nutrieron el grueso del movimiento de protesta que derrocaría y fusilaría a Ceaucescu y a su esposa.