Cosas que no comprendo
JUAN MANUEL DE PRADA
Lunes , 24-05-10
EN esta crisis económica que empieza a enseñar los dientes (porque lo que hasta ahora hemos padecido son los zarpazos de una bestia que amaga, antes de lanzar su dentellada) hay muchas cosas que no comprendo. No comprendo, por ejemplo, que primero se nos diga que la crisis que estalla con las hipotecas-basura americanas tiene repercusiones «globales», porque los paquetes excrementicios que los bancos americanos aliñaron con tales hipotecas se han endosado por doquier; y que un par de años más tarde, cuando tal o cual Estado no puede hacer frente a su deuda, que es otro paquete excrementicio que los bancos tratan de endosar por doquier, se presente tal descalabro como un problema circunscrito a las economías locales. Y así, hablamos del «problema griego» o del «problema español» como si fueran problemas circunscritos a sus respectivas economías que se pueden solventar con ajustes (eufemismo empleado para designar el expolio de la pobre gente engañada). Pero pensar que el problema griego o español, más allá de la incompetencia probada de los gobernantes griegos o españoles, esté circunscrito a sus respectivas economías locales es del género simple; porque tales economías participan de la misma «economía global». Así que, cuando nuestros primos de Zumosol alemanes o americanos nos echan la bronca no están haciendo sino buscarse un chivo expiatorio; porque saben perfectamente que la enfermedad que se ha declarado en Grecia o España es la misma que los aqueja a ellos, aunque hasta la fecha hayan logrado disimularla mejor.
Tampoco comprendo que aceptemos con la mayor naturalidad que algunas de nuestras cajas de ahorro están hechas unos zorros, incapaces de soportar unos niveles de jovenlandesesidad mastodónticos, y que otras en cambio gozan de una salud de hierro, puesto que unas y otras operan en el mismo lodazal financiero. Pero lo que ya se me antoja el colmo del disparate es que nos traten de convencer de que, fusionando las cajas de ahorro que están hechas unos zorros con las que presuntamente gozan de una salud de hierro, nos habremos salvado del desastre. Esto es como si nos pusieran encima de la mesa dos platos, en uno de los cuales humea un sabroso manjar y en el otro se amontonan excrementos; y nos pretendieran convencer de que, mezclando el contenido de ambos platos, se logra una mezcla perfectamente comestible. ¿Quién puede creerse semejante patraña? Tampoco se comprende que nos repitan hasta la extenuación que las cajas de ahorro están hechas unos zorros, a la vez que se encomia la salud de la banca española, como si las cajas de ahorro fuesen unos entes extraños que operan en un mercado financiero completamente ajeno al mercado en el que operan los bancos.
Y hay todavía otra cosa que no comprendo. Cuando alguien acude a un banco para solicitar una hipoteca y propone como aval un inmueble de su propiedad, el banco se niega a conceder la hipoteca, exigiendo que se avale con una nómina de cierta enjundia. Sin embargo, ese mismo banco, para demostrar su solvencia, computa en su haber un montón de inmuebles a los que atribuye un valor del que en realidad carecen; y la mejor prueba de que carecen de valor alguno es que ese mismo banco se niega a aceptar inmuebles como garantía del pago de una hipoteca. Ante lo cual hemos de concluir que estamos siendo víctimas de una engañifa de proporciones gigantescas; y que, en el mantenimiento de esa engañifa, están dispuestos a exigirnos los sacrificios más ímprobos, aunque no comprendamos la razón de tales sacrificios. Pues si la comprendiéramos nos daríamos cuenta de que estamos chapoteando en una sentina; que eso es la «economía global»: una sentina rebosante de excrementos financieros que pretenden presentarnos como comestibles.