Defensor de la alegría
Madmaxista
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La zona cero de la crisis
Sacedón es el centro de gravedad de la economía española, según un estudio de la Fundación de las Cajas de Ahorros publicado esta semana. Viajamos al municipio alcarreño para comprobar cómo afronta la recesión.
Al caer la tarde, Stelian Visau mata el tiempo en el arcén de la gasolinera de Sacedón. Dentro de un rato, ha quedado con un amigo que regresa a Rumanía esta misma noche. Quiere despedirse, aunque sólo sea por unos días. Porque él también se vuelve a casa: hace tiempo que se compró el billete y mañana se subirá al autobús. Por delante le quedan 37 horas de carretera que culminarán su aventura ibérica: un lustro untando cemento en esta esquina de Guadalajara. «He pasado unos buenos años en el pueblo», dice. «Mucho trabajo, buen dinero. Pero ya estoy harto. Ahora hay más oportunidades en Rumanía que aquí».
Stelian se ha aburrido del paro de Sacedón. Que viene a ser lo mismo que el paro de España. Porque, según un estudio de la Fundación de las Cajas de Ahorros, en este pueblo se encuentra el centro de gravedad de nuestra economía. Imagine que coge un mapa, reparte la riqueza que se genera en cada provincia y lo cuelga del techo: para que no bambolee, debería colocar el arranque de la cuerda en la plaza del Ayuntamiento. Y, curiosamente, sus callejuelas son un reflejo casi perfecto de lo que está pasando en el resto del país. A grandes rasgos, la historia de Sacedón es la historia (en miniatura) de la España de los últimos años.
Cuando Stelian llegó a Sacedón, el municipio vivía la primera oleada de pagapensiones de su historia. Hasta el cambio de siglo, la mano de obra extranjera resultaba superflua. Era un lugar tranquilo que vivía de la agricultura, el turismo y una pequeña fábrica de madera. Pero, de repente, en esta localidad de menos de 2.000 habitantes se congregaron más de 200 «guiris» de infinitos países. Búlgaros, rumanos, paraguayos, ecuatorianos¿ Y, tarde o temprano, todos encontraron trabajo, ya fuera recogiendo aceitunas, limpiando casas o sirviendo cañas en un bar. «Durante muchos años, aquí hubo pleno empleo: quien quería trabajar, trabajaba», presume el alcalde, Ángel Román Escamilla. Un cambio tranquilo Desde luego, Sacedón no es Seseña. Aquí no hubo proyectos faraónicos ni pelotazos escandalosos. Aun así, el pueblo vivió años de crecimiento gracias al tirón de la locomotora nacional. Tras décadas de declive, la población comenzó a repuntar. Los restaurantes se llenaron de turistas atraídos por el pantano de Entrepeñas. Y muchos decidieron comprarse una segunda residencia en este tranquilo paraje alcarreño.
Las cosas marchaban mejor que nunca hasta que, hace un año, la burbuja hizo «plop» y el tejido económico del pueblo comenzó a deshilacharse. Los primeros en padecerlo fueron los empleados de la construcción. Durante los años de bonanza, se multiplicaron las empresas familiares que reformaban casas antiguas o levantaban chalets de encargo. Algunos vieron que se movía dinero y se atrevieron a probar como promotores inmobiliarios. Uno de ellos fue Pablo Águeda, que pidió un crédito, compró un terrenito, contrató siete empleados y edificó un bloque de cuatro viviendas. Pero la burbuja le pilló con el paso cambiado y sólo ha encontrado un comprador, hace ya un año. Así que ha tenido que despedir a casi toda su plantilla y, con la ayuda de un peón rumano, da los últimos toques a su cascarón vacío. «Llegué tarde al lío», admite. «Ahora, estoy intentando alquilar los otros tres pisos para devolver el préstamo al banco».
Otros lugareños no apostaron tan fuerte, pero también lo han perdido casi todo. Es el caso de Antonio Viñas, que ha tenido que disolver la empresa que compartía con su hijo por culpa de los impagos. Una pareja que les había encargado la construcción de un chalet les dejó un pufo de miles de euros y no saben cómo recuperarlos. El varapalo les hundió el negocio y mandó a sus tres empleados a la calle. Ahora, el padre está jubilado y el hijo sobrevive haciendo chapuzas. Y se plantean vender unas propiedades para saldar las deudas con sus proveedores. Consecuencias letales Sacedón tiene incluso un «caso Martinsa» a escala microscópica. Se trata de un coqueto edificio de 19 viviendas con vistas al pantano que sigue vacío, pese a que lleva meses casi terminado. Los apuros de la promotora han demorado la entrega de llaves, prevista para mayo del año pasado. Y las consecuencias son letales para el pueblo. El empresario local que levantó los pisos no puede reinvertir hasta que le paguen la millonada que le deben. Los dueños de las viviendas, la mayoría de fuera, todavía no se han mudado. Y, por tanto, tampoco hacen gasto en el bar o el supermercado, que dependen de estas compras para sobrevivir. Poco a poco, las quiebras se van acumulando. Y la economía local acusa los golpes: el pleno empleo del año pasado ya se ha convertido en un paro del 15 por ciento. Tanto que los pagapensiones se están marchando aún más rápido de lo que aterrizaron. No habrá datos definitivos hasta que se actualice el padrón, pero los vecinos creen que ya se ha largado la mitad.
«Casi todos mis amigos se han vuelto a casa y me imagino que yo iré detrás», dice Ion Bogdan, uno de los «privilegiados» que todavía mantiene su puesto de albañil. Ahora, el bichito de la construcción se está contagiando al resto de sectores. La gente mide sus compras en las tiendas del pueblo. Los lugareños pasan menos tiempo en los bares: los parados no tienen ingresos, los trabajadores ahorran por si la crisis se prolonga. Y los de fuera tampoco animan el negocio: vienen menos, se marchan antes y son más cuidadosos con la cartera. «Si antes servía 60 cubiertos, ahora son 20, y todos de menú», dice José Luis Labarra, dueño del hotel Mariblanca. El «boom» de las puertas.
De momento, el único respiro para la economía local es Tavarsa, una fábrica de madera que supone la principal fuente de empleo cualificado. Su producto estrella son las puertas, que disfrutaron de un «boom» durante la burbuja inmobiliaria. De momento, la empresa aguanta el tirón sin recurrir a los despidos: aún quedan pisos en construcción y las puertas son lo último que se instala. Pero nadie sabe qué ocurrirá si el sector se desploma del todo, si dejan de entrar pedidos, si se multiplican los impagos. Para otros, la única esperanza es el fondo de inversiones locales del Gobierno. En Sacedón, la «pedrea» ha sido de 315.747 euros para dos proyectos: construir una ludoteca y cubrir un frontón. Si hay suerte, los trabajos recaerán en alguna de las pequeñas empresas que se han quedado sin faena. Que, a su vez, contratarían a parte de los albañiles locales que se pasan las tardes al sol. «Pero es poco trabajo para tanta gente necesitada», asegura Pablo Alique, un empresario de la construcción que, ante la falta de clientes, se dedica a reformar su propia casa.
La incertidumbre se palpa en las conversaciones de los vecinos. Pero mientras unos huyen del pueblo, otros aprovechan la crisis para preparar el futuro. Así, el alcalde está enfrascado en su apuesta por el turismo de calidad. Además, en una calle del centro acaban de abrir una tienda de productos de Europa del Este. Y, mientras, la búlgara Paulina Todorova sigue apostando por Sacedón. Nada de volver a su país: tras siete años en el pueblo, ha alquilado un bar. Allí, sirve suculentas raciones de magro con tomate junto a su hija Tihomira. «Aquí estamos bien», asegura. «Me gano la vida y tengo muchos amigos. Vale, hay crisis, pero ya se pasará. Peor se vivía en Bulgaria, ¿no?».
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No, no se pasará. ¿Acabaremos como en Bulgaria?
Sacedón es el centro de gravedad de la economía española, según un estudio de la Fundación de las Cajas de Ahorros publicado esta semana. Viajamos al municipio alcarreño para comprobar cómo afronta la recesión.
Al caer la tarde, Stelian Visau mata el tiempo en el arcén de la gasolinera de Sacedón. Dentro de un rato, ha quedado con un amigo que regresa a Rumanía esta misma noche. Quiere despedirse, aunque sólo sea por unos días. Porque él también se vuelve a casa: hace tiempo que se compró el billete y mañana se subirá al autobús. Por delante le quedan 37 horas de carretera que culminarán su aventura ibérica: un lustro untando cemento en esta esquina de Guadalajara. «He pasado unos buenos años en el pueblo», dice. «Mucho trabajo, buen dinero. Pero ya estoy harto. Ahora hay más oportunidades en Rumanía que aquí».
Stelian se ha aburrido del paro de Sacedón. Que viene a ser lo mismo que el paro de España. Porque, según un estudio de la Fundación de las Cajas de Ahorros, en este pueblo se encuentra el centro de gravedad de nuestra economía. Imagine que coge un mapa, reparte la riqueza que se genera en cada provincia y lo cuelga del techo: para que no bambolee, debería colocar el arranque de la cuerda en la plaza del Ayuntamiento. Y, curiosamente, sus callejuelas son un reflejo casi perfecto de lo que está pasando en el resto del país. A grandes rasgos, la historia de Sacedón es la historia (en miniatura) de la España de los últimos años.
Cuando Stelian llegó a Sacedón, el municipio vivía la primera oleada de pagapensiones de su historia. Hasta el cambio de siglo, la mano de obra extranjera resultaba superflua. Era un lugar tranquilo que vivía de la agricultura, el turismo y una pequeña fábrica de madera. Pero, de repente, en esta localidad de menos de 2.000 habitantes se congregaron más de 200 «guiris» de infinitos países. Búlgaros, rumanos, paraguayos, ecuatorianos¿ Y, tarde o temprano, todos encontraron trabajo, ya fuera recogiendo aceitunas, limpiando casas o sirviendo cañas en un bar. «Durante muchos años, aquí hubo pleno empleo: quien quería trabajar, trabajaba», presume el alcalde, Ángel Román Escamilla. Un cambio tranquilo Desde luego, Sacedón no es Seseña. Aquí no hubo proyectos faraónicos ni pelotazos escandalosos. Aun así, el pueblo vivió años de crecimiento gracias al tirón de la locomotora nacional. Tras décadas de declive, la población comenzó a repuntar. Los restaurantes se llenaron de turistas atraídos por el pantano de Entrepeñas. Y muchos decidieron comprarse una segunda residencia en este tranquilo paraje alcarreño.
Las cosas marchaban mejor que nunca hasta que, hace un año, la burbuja hizo «plop» y el tejido económico del pueblo comenzó a deshilacharse. Los primeros en padecerlo fueron los empleados de la construcción. Durante los años de bonanza, se multiplicaron las empresas familiares que reformaban casas antiguas o levantaban chalets de encargo. Algunos vieron que se movía dinero y se atrevieron a probar como promotores inmobiliarios. Uno de ellos fue Pablo Águeda, que pidió un crédito, compró un terrenito, contrató siete empleados y edificó un bloque de cuatro viviendas. Pero la burbuja le pilló con el paso cambiado y sólo ha encontrado un comprador, hace ya un año. Así que ha tenido que despedir a casi toda su plantilla y, con la ayuda de un peón rumano, da los últimos toques a su cascarón vacío. «Llegué tarde al lío», admite. «Ahora, estoy intentando alquilar los otros tres pisos para devolver el préstamo al banco».
Otros lugareños no apostaron tan fuerte, pero también lo han perdido casi todo. Es el caso de Antonio Viñas, que ha tenido que disolver la empresa que compartía con su hijo por culpa de los impagos. Una pareja que les había encargado la construcción de un chalet les dejó un pufo de miles de euros y no saben cómo recuperarlos. El varapalo les hundió el negocio y mandó a sus tres empleados a la calle. Ahora, el padre está jubilado y el hijo sobrevive haciendo chapuzas. Y se plantean vender unas propiedades para saldar las deudas con sus proveedores. Consecuencias letales Sacedón tiene incluso un «caso Martinsa» a escala microscópica. Se trata de un coqueto edificio de 19 viviendas con vistas al pantano que sigue vacío, pese a que lleva meses casi terminado. Los apuros de la promotora han demorado la entrega de llaves, prevista para mayo del año pasado. Y las consecuencias son letales para el pueblo. El empresario local que levantó los pisos no puede reinvertir hasta que le paguen la millonada que le deben. Los dueños de las viviendas, la mayoría de fuera, todavía no se han mudado. Y, por tanto, tampoco hacen gasto en el bar o el supermercado, que dependen de estas compras para sobrevivir. Poco a poco, las quiebras se van acumulando. Y la economía local acusa los golpes: el pleno empleo del año pasado ya se ha convertido en un paro del 15 por ciento. Tanto que los pagapensiones se están marchando aún más rápido de lo que aterrizaron. No habrá datos definitivos hasta que se actualice el padrón, pero los vecinos creen que ya se ha largado la mitad.
«Casi todos mis amigos se han vuelto a casa y me imagino que yo iré detrás», dice Ion Bogdan, uno de los «privilegiados» que todavía mantiene su puesto de albañil. Ahora, el bichito de la construcción se está contagiando al resto de sectores. La gente mide sus compras en las tiendas del pueblo. Los lugareños pasan menos tiempo en los bares: los parados no tienen ingresos, los trabajadores ahorran por si la crisis se prolonga. Y los de fuera tampoco animan el negocio: vienen menos, se marchan antes y son más cuidadosos con la cartera. «Si antes servía 60 cubiertos, ahora son 20, y todos de menú», dice José Luis Labarra, dueño del hotel Mariblanca. El «boom» de las puertas.
De momento, el único respiro para la economía local es Tavarsa, una fábrica de madera que supone la principal fuente de empleo cualificado. Su producto estrella son las puertas, que disfrutaron de un «boom» durante la burbuja inmobiliaria. De momento, la empresa aguanta el tirón sin recurrir a los despidos: aún quedan pisos en construcción y las puertas son lo último que se instala. Pero nadie sabe qué ocurrirá si el sector se desploma del todo, si dejan de entrar pedidos, si se multiplican los impagos. Para otros, la única esperanza es el fondo de inversiones locales del Gobierno. En Sacedón, la «pedrea» ha sido de 315.747 euros para dos proyectos: construir una ludoteca y cubrir un frontón. Si hay suerte, los trabajos recaerán en alguna de las pequeñas empresas que se han quedado sin faena. Que, a su vez, contratarían a parte de los albañiles locales que se pasan las tardes al sol. «Pero es poco trabajo para tanta gente necesitada», asegura Pablo Alique, un empresario de la construcción que, ante la falta de clientes, se dedica a reformar su propia casa.
La incertidumbre se palpa en las conversaciones de los vecinos. Pero mientras unos huyen del pueblo, otros aprovechan la crisis para preparar el futuro. Así, el alcalde está enfrascado en su apuesta por el turismo de calidad. Además, en una calle del centro acaban de abrir una tienda de productos de Europa del Este. Y, mientras, la búlgara Paulina Todorova sigue apostando por Sacedón. Nada de volver a su país: tras siete años en el pueblo, ha alquilado un bar. Allí, sirve suculentas raciones de magro con tomate junto a su hija Tihomira. «Aquí estamos bien», asegura. «Me gano la vida y tengo muchos amigos. Vale, hay crisis, pero ya se pasará. Peor se vivía en Bulgaria, ¿no?».
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No, no se pasará. ¿Acabaremos como en Bulgaria?
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